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John Maynard Keynes, al conmemorar la muerte de su mentor, Alfred Marshall, hace un siglo, escribió que el gran economista debe poseer una rara combinación de dotes... debe ser matemático, historiador, estadista y filósofo”. Keynes podría haber estado describiéndose a sí mismo. Para él, la economía era una ciencia moral que tenía que nutrirse de una amplia cultura y a la vez mantener una “mente abierta ante los cambios derivados de la experiencia”.

Hoy en día, esa rara combinación descrita por Keynes es lo que el mundo necesita con urgencia para iluminar un camino que permita sortear las dificultades que presentan el cambio climático, la inteligencia artificial, el cambio demográfico, la desigualdad social y económica y los conflictos geopolíticos. Y resulta especialmente acertado visto el creciente desencanto con la profesión económica y el afán por reformar la disciplina de modo que refleje mejor los valores de los individuos y la sociedad.

La profunda mirada introspectiva de la profesión desde la crisis financiera mundial de 2008 se ha centrado en la manera en que la economía puede incorporar mejor las ciencias sociales y llevar a primer plano cuestiones distributivas y relacionadas con el bienestar. Ha habido un importante replanteamiento de la macroeconomía y los enfoques de las políticas, y un creciente consenso en torno a la idea de que la profesión tiene que estar abierta a nuevos marcos e ideas si lo que pretende es dar solución a los problemas mundiales más importantes.

En este número de Finanzas y Desarrollo se da un vistazo nuevo a la disciplina. Hemos invitado a destacados economistas con diversos puntos de vista a que nos den su opinión sobre cómo la profesión podría encarar mejor los desafíos del siglo XXI.

No cabe duda de que en el pasado los economistas han aceptado nuevas ideas, como la propia revolución keynesiana lo demuestra. El autor Niall Kishtainy hace un relato fascinante de las fuerzas que han moldeado la disciplina desde el momento en que Adam Smith escribió La riqueza de las naciones, la obra del siglo XVIII que fue en gran medida el punto de partida de la economía moderna.

El nobel Angus Deaton describe la manera en que sus propias ideas sobre temas como los sindicatos, el libre comercio y la inmigración han evolucionado a lo largo del último medio siglo. Explica que los economistas de escuela convencional tienen que reconsiderar sus hipótesis, ver la influencia del poder con ojos más críticos, dejar de encumbrar la eficiencia, y ser más humildes.

Jayati Ghosh de la Universidad de Massachusetts, Amherst, lamenta la falta de diversidad —étnica, racial y de género— en la profesión. Según ella, esto priva a la economía de nuevas ideas, de nuevos problemas que abordar y de nuevos talentos.

Dani Rodrik, de la Universidad de Harvard, advierte sobre los riesgos de practicar la economía de regla general. Sostiene que los actuales modelos de políticas no son adecuados frente a problemas como el cambio climático, la inclusión y el desarrollo económico. La imaginación colectiva de la disciplina económica tiene que expandirse para adecuar las soluciones a diferentes contextos económicos y políticos. Por ejemplo, Atif Mian, de la Universidad de Princeton, explica por qué el superciclo de la deuda, un grave peligro para la economía mundial, necesita romperse con nuevos enfoques.

La manera en que se enseña Economía es crucial. Los planes de estudios tienen que ser más coherentes con los problemas de la vida real e ir mucho más allá del típico interés en la eficiencia, escribe Wendy Carlin de la Universidad de Londres, haciéndose eco de Deaton. Las consideraciones éticas son ineludibles, sobre todo las relativas a la equidad y la solidaridad, señala.

Como es lógico, no todos coinciden en que se necesitan nuevas ideas económicas. John Cochrane, de la Universidad de Stanford, sostiene que las soluciones para los actuales desafíos están en revivir ideas clásicas, como los incentivos a la oferta y las reformas de la política fiscal.

El recorrido sigue, incluidos artículos sobre la economía del comportamiento, la economía política y el proceso de fijación de salarios. También trazamos una semblanza de Betsey Stevenson, una renombrada economista laborista que ha liderado el movimiento para repensar la disciplina económica.

Lo que se desprende de todas estas perspectivas es que la economía debe permanecer abierta a alternativas institucionales y a la experimentación, y reflejar la complejidad de la realidad económica y los valores de nuestra época. Como señaló el propio Keynes, “la dificultad no radica tanto en desarrollar nuevas ideas sino en escapar de las viejas”.

Nos complace compartir estas luces con ustedes, y esperamos que los ilumine sobre algo nuevo del presente y que los ayude a comprender mejor nuestro mundo.

Gracias, como siempre, por su interés y participación.

 

GITA BHATT, Directora Editorial

Las opiniones expresadas en artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.