La ciencia económica necesita más humildad, más perspectiva histórica y más diversidad

Nunca antes había sido tan urgente un cambio drástico en la disciplina económica. La humanidad se enfrenta a crisis existenciales, mientras la salud planetaria y los retos ambientales se convierten en preocupaciones esenciales. La economía mundial ya cojeaba y era frágil antes de la pandemia, pero la recuperación posterior ha puesto de manifiesto desigualdades profundas y cada vez mayores, no solo en cuestiones como ingresos y activos, sino también en la atención de las necesidades humanas básicas. Las tensiones sociopolíticas y los conflictos geopolíticos resultantes están creando sociedades que pronto podrían ser disfuncionales hasta el punto de ser invivibles. Todo ello requiere estrategias económicas transformadoras. Sin embargo, la corriente dominante de la disciplina persiste en seguir como si nada, como si retocar los márgenes con pequeños cambios pudiera tener algún efecto significativo.

El problema viene de lejos. Gran parte de lo que se presenta como sabiduría económica recibida sobre el funcionamiento de las economías y las implicaciones de las políticas es, en el mejor de los casos, engañoso y, en el peor, simplemente erróneo. Hace décadas que un importante y poderoso grupo de presión dentro de la disciplina económica difunde medias verdades e incluso falsedades sobre muchas cuestiones esenciales, como las siguientes: el funcionamiento de los mercados financieros y si pueden ser “eficientes” sin regulación; las repercusiones macroeconómicas y distributivas de las políticas fiscales; el impacto de la desregulación del mercado laboral y de los salarios sobre el empleo y el desempleo; cómo inciden la distribución del comercio y la inversión internacionales en los medios de vida y la posibilidad de diversificación económica; cómo responde la inversión privada a los incentivos de las políticas, como las exenciones fiscales y las subvenciones, y a los déficits fiscales; cómo afectan la inversión multinacional y las cadenas de valor mundiales a los productores y los consumidores; el daño ecológico que provocan las estructuras de producción y consumo; si realmente se necesitan derechos de propiedad intelectual más estrictos para promover la invención y la innovación, etc.

¿A qué se debe esto? El pecado original podría ser que se ha excluido del discurso económico el concepto del poder, y eso no hace sino reforzar las estructuras y los desequilibrios de poder existentes. Se dejan de lado o se encubren las condiciones subyacentes, como el mayor poder del capital en comparación con los trabajadores; la explotación insostenible de la naturaleza; el trato diferenciado a los trabajadores en razón de la segmentación del mercado laboral social; el abuso privado del poder de mercado y la búsqueda de rentas económicas; el uso del poder político para impulsar intereses económicos privados a nivel nacional e internacional, y los efectos distributivos de las políticas fiscales y monetarias. No se presta atención a las profundas y persistentes inquietudes por el uso del PIB como medida de progreso, que, pese a sus muchos defectos conceptuales y metodológicos, sigue siendo el indicador básico, simplemente porque es lo que hay.

Verdades incómodas

Existe una tendencia a desestimar la crucial importancia a los supuestos a la hora de obtener resultados analíticos y presentarlos en los debates sobre políticas. La mayoría de los economistas teóricos de la corriente dominante argumentarán que se han alejado mucho de las primeras hipótesis neoclásicas, como la competencia perfecta, los rendimientos constantes a escala y el pleno empleo, que no tienen nada que ver con el funcionamiento económico real en ninguna parte. Pero estas hipótesis persisten en los modelos que de manera explícita o implícita sustentan muchas prescripciones políticas (entre ellas las políticas comerciales e industriales o las estrategias de “reducción de la pobreza”), sobre todo para el mundo en desarrollo.

Las estructuras de poder dentro de la profesión refuerzan la corriente dominante de diferentes maneras, entre otras, a través de la tiranía de las llamadas revistas de primer nivel y del empleo académico y profesional. Tales presiones e incentivos desvían a muchas de las mentes más brillantes de un auténtico estudio de la economía (para tratar de comprender su funcionamiento y las implicaciones para las personas) hacia lo que solo puede llamarse “investigaciones triviales”. Demasiadas revistas académicas de alto nivel publican contribuciones abstrusas cuyo único aporte es adoptar un supuesto algo menos estricto en un modelo o emplear una prueba econométrica ligeramente diferente. Los elementos más difíciles de modelizar o que generan verdades incómodas simplemente se excluyen, aunque contribuyan a una mejor comprensión de la realidad económica. Hay limitaciones o resultados fundamentales que son presentados como “externalidades” en lugar de como circunstancias que hay que abordar. Los economistas, que debaten sobre todo entre ellos mismos y luego se limitan a hacer proselitismo de sus conclusiones ante las autoridades económicas, rara vez se ven obligados a cuestionar este enfoque.

En consecuencia, las fuerzas económicas, que debido al impacto de muchas variables diferentes son inevitablemente complejas y reflejan los efectos de la historia, la sociedad y la política, no se estudian teniendo en vista esa complejidad. En lugar de ello, se meten con calzador en modelos matemáticamente manejables, aunque al hacerlo se elimine cualquier parecido con la realidad económica. Conviene decir, para ser justos, que algunos economistas de gran éxito de la corriente dominante han arremetido contra esta tendencia, pero hasta ahora con un magro efecto en los guardianes de la profesión.

Jerarquías y discriminación

La imposición de estrictas jerarquías de poder dentro de la disciplina ha suprimido la aparición y difusión de teorías, explicaciones y análisis alternativos. Estas se combinan con otras formas de discriminación (por género, raza/etnia, ubicación) para excluir o marginar perspectivas alternativas. El impacto de la ubicación es enorme: la rama dominante de la disciplina está completamente dominada por el Atlántico Norte —concretamente Estados Unidos y Europa— en cuanto a prestigio, influencia y capacidad para determinar el contenido y la dirección de la disciplina. Los enormes conocimientos, ideas y contribuciones al análisis económico provenientes de economistas ubicados en los países de la mayoría global son en gran medida pasados por alto, debido a la suposición implícita de que el conocimiento “real” se origina en el Norte y se difunde hacia el exterior.

La imposición de estrictas jerarquías de poder dentro de la disciplina ha suprimido la aparición y difusión de teorías, explicaciones y análisis alternativos.

El desdén hacia otras disciplinas es un gran inconveniente que se manifiesta, por ejemplo, en la falta de una sólida perspectiva histórica, que debería impregnar todos los análisis sociales y económicos actuales. Últimamente se ha puesto de moda que los economistas se interesen por la psicología, con el auge de la economía del comportamiento y la idea de los “empujoncitos” para inducir determinados comportamientos. Pero esto también se presenta a menudo de manera ahistórica, sin reconocer los diversos contextos sociales y políticos. Por ejemplo, los experimentos aleatorios sobre observaciones muy específicas que se han hecho tan populares en la economía del desarrollo representan un alejamiento del estudio de los procesos evolutivos y las tendencias macroeconómicas, para centrarse en tendencias microeconómicas que se aíslan en definitiva de los antecedentes y el contexto que determinan el comportamiento y las respuestas económicas. La base subyacente y profundamente problemática del individualismo metodológico persiste, en buena medida, porque son pocos los economistas contemporáneos que se animan a someter su propio enfoque y trabajo a una evaluación filosófica.

Estas fallas han empobrecido enormemente la ciencia económica y, como era de esperar, han minado su credibilidad y legitimidad entre el gran público. La corriente dominante de la economía necesita urgentemente más humildad, más perspectiva histórica y un reconocimiento de la desigualdad de poder, así como la promoción activa de la diversidad. Es evidente que muchas cosas tienen que cambiar para que la economía sea de verdad relevante y lo suficientemente útil como para afrontar los grandes retos de nuestro tiempo.

Jayati Ghosh es profesora de Economía en la Universidad de Massachusetts Amherst.

Las opiniones expresadas en artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.