Nicholas Owen traza una semblanza de Minouche Shafik, de la Universidad de Columbia, cuya carrera abarca el desarrollo internacional, la banca central y escritos sobre el contrato social

No es cuestión de suerte que la economista Minouche Shafik haya desempeñado un papel clave en acontecimientos internacionales decisivos de las últimas tres décadas. Y aún sigue haciéndolo.

Con un recién acuñado doctorado en economía de la Universidad de Oxford, trabajó sobre Europa oriental en el Banco Mundial después de la caída del Muro de Berlín en 1989. Durante la campaña Make Poverty History (Hacer que la pobreza pase a la historia) a mediados de los años 2000, dirigió el influyente Departamento de Desarrollo Internacional del gobierno del Reino Unido.

En el Fondo Monetario Internacional, durante la crisis de deuda de la zona del euro en 2009–10, supervisó la labor del organismo respecto de varios países del epicentro de la turbulencia. Durante las protestas de la Primavera Árabe en favor de la democracia a principios de los años 2010, Shafik condujo los programas del FMI en Oriente Medio. Fue vicegobernadora del Banco de Inglaterra, donde supervisaba un balance de USD 500.000 millones, durante la convulsión ocasionada por el voto Brexit en Gran Bretaña.

Ahora, a los 60 años, es la primera mujer presidenta de la Universidad de Columbia en Nueva York tras estar seis años al timón de la London School of Economics and Political Science (LSE). Es una inusual economista cuya carrera comprende la formulación de políticas nacionales, instituciones financieras internacionales, banca central y altos cargos académicos. Sus distinciones incluyen su nombramiento como baronesa en la Cámara de los Lores y dama por sus servicios a la economía mundial, así como su elección como miembro de la Academia Británica.

Nacida en Egipto y criada en el sur de Estados Unidos, Shafik aporta una rara combinación de tozudez, alto nivel intelectual, coraje y aptitud para influir sobre quienes formulan las políticas, según dicen quienes la conocen.

Como joven economista, Shafik sobresalía por su capacidad de combinar intelecto con empatía emocional e inteligencia política, dice Andrew Steer, quien es ahora presidente y director ejecutivo del Fondo Bezos para la Tierra. En 1992 la reclutó para trabajar en el equipo de informes sobre el desarrollo del Banco Mundial. “No se persuade a los gobiernos para que cambien sus políticas simplemente haciendo un buen análisis”, afirma él.

“Se hace siendo políticamente inteligente y tratando de entrar en sus cabezas y ver las cosas a través de sus ojos”, dice Steer. “Minouche es extremadamente buena en eso”. Shafik continuó hasta convertirse en la vicepresidenta más joven del Banco Mundial a los 36 años.

Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo y ex directora gerente del FMI, cita su estilo de liderazgo atento e inclusivo. Trabajaron juntas durante tres años a principios de la década de 2010 cuando Shafik integraba el grupo de subdirectores gerentes de Lagarde.

“Minouche es una mezcla sutil del oriente y el occidente; es tan egipcia como europea, como británica y como estadounidense”, dice Lagarde. “Respalda a otras personas, especialmente mujeres, cuando lo merecen. No soporta a los tontos de buena gana, pero le dará a todos una oportunidad”.

En su libro de 2021, Lo que nos debemos unos a otros, Shafik lanza un llamado a hacer un nuevo contrato social que tome en cuenta los cambios demográficos y tecnológicos que transforman la sociedad. Propone armar una “arquitectura de seguridad y oportunidad” más sólida compartiendo los riesgos e invirtiendo en la gente. “Necesitamos llegar a un lugar diferente, donde les pidamos más a las personas e invirtamos más en ellas”, afirma. Eso significa construir un piso debajo del cual no puedan caer los ingresos, combinado con incentivos al trabajo, pensiones transferibles ligadas a la esperanza de vida, educación continua y reciclaje profesional, e intervención en la primera infancia para equiparar las oportunidades.

Como presidenta de una de las mejores universidades del mundo, a Shafik le preocupa que la cultura de la cancelación amenace con sofocar el tipo de debate de libre pensamiento que enriquece la vida de los estudiantes. “El sentido de la universidad es ser desafiado intelectualmente y confrontado con las diferencias”, dice Shafik. Defiende la libre expresión dentro de la ley. Dice sentirse orgullosa de que en la prestigiosa LSE a nadie se le impedía hablar por sostener opiniones que algunos podrían considerar ofensivas.

También le preocupa que, como sociedades, hayamos perdido parte de nuestra capacidad de disentir civilizadamente. Las universidades deben enseñar a las personas a sostener conversaciones difíciles, afirma. “Es mediante ese proceso de escucha que aprendemos, construimos consenso y avanzamos como comunidad”, sostiene.

En 1966, cuando tenía cuatro años, Shafik y su familia huyeron del Egipto del presidente Gamal Abdel Nasser a Estados Unidos, estableciéndose primero en Savannah, Georgia, en el sur profundo del país. Solo su padre, un científico cuya propiedad había sido nacionalizada por el gobierno del general egipcio, hablaba algo de inglés. Su madre controlaba el buzón cada mañana y lloraba, esperando noticias de su país.

La familia pronto aprendió el idioma y se asentó en la comunidad luego de que un gentil vecino le aconsejara a la madre de Shafik organizar fiestas de piscina infantil para niños del lugar como modo de hacer amigos. La experiencia infundió en Shafik un interés duradero en la movilidad social y aquello que determina dónde comenzamos y terminamos en la vida. “Mi familia experimentó movilidad social tanto hacia abajo como hacia arriba”, dice.

Fuertes tumultos

La infancia de Shafik fue un tiempo de gran turbulencia social y política en Estados Unidos: la Guerra de Vietnam, el Movimiento por los derechos civiles y el Watergate. Shafik perdió la cuenta de la cantidad de escuelas a las cuales iba en autobús en Georgia, Carolina del Norte y Florida a medida que la familia se mudaba y las autoridades trataban de equilibrar el número de estudiantes negros y blancos en el aula.

“Todas esas cosas moldearon mi interés en la política, las políticas públicas, las relaciones internacionales y la equidad”, dice. “Tuvieron una gran influencia en lo que elegí hacer más tarde”.

Después de pasar un tiempo de regreso en Egipto como adolescente, obtuvo una diplomatura en economía y política de la Universidad de Massachusetts Amherst. Cursó una maestría en economía en la LSE y un doctorado en economía en Oxford.

Nicholas Stern, director del Instituto de Investigación Grantham de la LSE y un destacado economista del clima, dice que recuerda haber conocido a Shafik como estudiante de maestría a mediados de los años ochenta. En aquel momento, Stern y Shafik integraron una delegación de docentes y estudiantes para reunirse con la princesa Ana, rectora de la Universidad de Londres. Unos 35 años más tarde se reunieron nuevamente con ella. Stern señala el sorprendente contraste en términos de movilidad: “Minouche ha pasado de estudiante a presidenta universitaria, pero yo soy todavía profesor, y Su Alteza Real es todavía princesa”.

Shafik pasó gran parte de su vida profesional en Londres y Washington. Se casó en Washington con el científico Raffael Jovine en 2002, tuvo mellizos, y se convirtió en madrastra de los tres hijos de su esposo, todo en un mismo año de desvelo. Hasta la fecha, hace frecuentes visitas a Egipto, el hogar de su madre y una gran familia ampliada. Para Shafik es fuente de frustración que Oriente Medio sea menos próspero de lo que podría ser debido a una política deficiente y a políticas económicas desacertadas, combinadas con conflictos internos e intervenciones externas.

Estando en el Banco Mundial en los años noventa, Shafik viajó a menudo a Oriente Medio durante el proceso de paz de Oslo entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina de Yasser Arafat. Escribió un libro de dos volúmenes acerca de las posibilidades de cooperación económica. En la década de 2010 era subdirectora gerente del FMI cuando las protestas de la Primavera Árabe asolaron la región.

“Ambos momentos comenzaron con gran optimismo y terminaron en decepción”, dice Shafik. El proceso de paz colapsó después de que un extremista de derecha asesinara al Primer Ministro israelí Yitzhak Rabin. Las aspiraciones democráticas de la Primavera Árabe se deterioraron en medio de contrarrevoluciones y guerras civiles.

Los reclamos de un mejor liderazgo son comunes en Oriente Medio. Para Shafik, la mejor esperanza de un futuro más próspero para la región es revertir el constante declive de la independencia de los parlamentos, los tribunales, los bancos centrales, la sociedad civil y una prensa libre. “Lo que realmente importa en el largo plazo para las perspectivas de la región es que las instituciones sean sólidas”, afirma. “Instituciones que aseguren que cualquier tipo de dirigencia que tengamos trabaje en aras del interés público”.

Sin embargo, expresa confianza en la juventud de Oriente Medio, su historia extraordinaria y su enorme potencial, señalando que cuando los países han seguido políticas sensatas han prosperado. “Las leyes de la ciencia económica son aplicables en Oriente Medio y Norte de África como lo son en cualquier lugar”, sostiene.

Legislación emblemática

Shafik trabajó siete años en el Departamento para el Desarrollo Internacional, conocido como DFID, del Reino Unido. En 2008 pasó a ser secretaria permanente —el funcionario de más alto rango del organismo— y supervisó la legislación que plasmó en ley el compromiso de dedicar al menos 0,7% del ingreso nacional bruto a ayuda oficial para el desarrollo. Eso se tradujo en un presupuesto anual cercano a USD 20.000 millones.

“Nos sentimos increíblemente orgullosos en ese momento”, dice, “porque el DFID no estaba proporcionando solo enormes recursos para el desarrollo, con un fuerte enfoque en los más pobres del mundo. También estaba aportando liderazgo a todo el sistema internacional y movilizando recursos de otros países y organismos internacionales”.

Suma Chakrabarti, predecesor de Shafik como máximo funcionario del DFID, atribuye el éxito de su liderazgo a su comprensión de lo que motiva a la gente y el uso de ese conocimiento para producir ideas dirigidas a hacer reformas muy necesarias. Dice que ella empleó esas habilidades para lograr cambios en el mundo en desarrollo y dentro de cada institución en la que trabajó.

Masood Ahmed, presidente del Center for Global Development, trabajó junto a Shafik en diversas funciones en el Banco Mundial, el FMI y el DFID. “Lo más impresionante en ella es su humanidad y sinceridad”, dice Ahmed. Tiene también la capacidad de enviar duros mensajes de manera inofensiva, sostiene. “Su evidente empatía le permite separar el mensaje de la persona de una manera bastante singular”.

Casi una década después de la partida de Shafik del DFID, el primer ministro Boris Johnson lo incorporó al Ministerio de Asuntos Exteriores y diluyó el compromiso de asistencia. El éxito del DFID, dice ella, se debió a la claridad de su propósito: reducir la pobreza mundial. Eso no ocurre en el ámbito del Ministerio de Asuntos Exteriores, con sus objetivos geopolíticos, comerciales y demás. “La presencia tanto de la voz como de los medios que puso sobre la mesa el DFID se echa hoy mucho de menos en el sistema internacional”, sostiene.

Es justo decir que el sistema internacional y sus instituciones se encuentran en un aprieto. Los presupuestos de ayuda se han recortado drásticamente, la guerra de Rusia en Ucrania y las tensiones geopolíticas amenazan con paralizar los organismos multilaterales, y las crecientes tasas de interés están acumulando presiones sobre las economías en desarrollo muy endeudadas.

“El contexto externo para los organismos internacionales no ha sido tan difícil desde la Guerra Fría”, dice Shafik. Recalca la importancia de que los países sigan creando un espacio para la cooperación internacional, especialmente sobre bienes públicos mundiales como el clima, la preparación frente a las pandemias y la estabilidad financiera. “Tener un lugar para mantener conversaciones sobre estos temas mundiales es aún más importante cuando los canales bilaterales no están funcionando bien”, afirma.

Rencor a causa del Brexit

Los tres años de Shafik en el Banco de Inglaterra coincidieron en 2016 con el voto del Reino Unido para dejar la Unión Europea. Recuerda haber entrado en una sala de operaciones totalmente llena de personal a las 4 de la mañana para seguir los resultados y visto allí cómo la libra británica resbalaba en las pantallas cuando abrieron los mercados asiáticos.

El período del Brexit generó rencor. El mesurado consejo del Banco de Inglaterra sobre el daño autoinfligido que un voto de salida causaría en la economía llevó a los defensores del Brexit a acusar a la institución de ser parte de un “proyecto miedo” conspirativo. Shafik admite que los intentos del Banco de aportar al debate un riguroso análisis económico solo tuvieron un “éxito dispar”. Al fin y al cabo, dice, el voto fue sobre algo mucho más político.

La mayor contribución del Banco, considera, fue su plan de contingencia para mantener la estabilidad macroeconómica y financiera cualquiera que fuese el resultado político. “Cuando los mercados abrieron en Londres, pudimos decir que contábamos con líneas de liquidez en caso de que alguna institución las necesitara”, cuenta Shafik. “Y como nos habíamos preparado y podíamos reasegurar a los mercados, no se necesitó ningún respaldo”.

Shafik dejó el Banco de Inglaterra en 2017 para ingresar a la academia. Fue durante su período como presidenta de la LSE —en el punto álgido de la COVID-19— que Shafik escribió Lo que nos debemos unos a otros, su llamado a repensar el contrato social. ¿Escribiría hoy el libro de manera diferente? El único cambio, dice, sería agregar un capítulo sobre el contrato social internacional y cómo fortalecerlo.

A muchos les sorprendió que alguien que había pasado tanto tiempo de su vida en instituciones financieras internacionales escribiera un libro sobre políticas sociales nacionales. Pero Shafik estima que la gente respaldará un sistema mundial más cooperativo solo si su contrato social nacional es justo.

“Las personas tienen que creer que están en una sociedad en la cual la arquitectura de oportunidades es equitativa”, sostiene, “y eso las hará más generosas hacia los ciudadanos de otros países”.

NICHOLAS OWEN es parte del equipo de Finanzas y Desarrollo

Las opiniones expresadas en artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.