Bob Simison traza una semblanza del catedrático de Harvard Lawrence F. Katz, cuya labor de investigación cambió la forma en que los economistas interpretan la disparidad económica

Como todo el mundo, el economista de Harvard especializado en Economía Laboral Lawrence F. Katz ha estado preguntándose de qué manera la inteligencia artificial (IA) cambiará el futuro, y especialmente qué implicará para la desigualdad. Desde la década de 1980, ha hecho innovadoras contribuciones a la visión de los economistas sobre el tema y qué hacer al respecto.

En uno de los escenarios de la IA, dice Katz, la tecnología podría ayudar a las personas que ya poseen profesiones avanzadas y altamente remuneradas, “potencialmente exacerbando la desigualdad del mercado laboral”.En otro escenario, podría contribuir a crear igualdad de condiciones para los trabajadores del extremo más bajo de la escala.

“La IA puede reemplazar progresivamente el conocimiento experto, volviéndolo menos escaso y más accesible para un abanico más amplio de trabajadores”, afirma. “Este escenario podría favorecer a los trabajadores de mediana cualificación frente a los profesionales más cualificados”.

Pase lo que pase, Katz, de 64 años, probablemente será quien inspire a los académicos de la Economía —muchos de ellos sus discípulos— en la evaluación de la IA. Los investigadores sin duda recurrirán a sus rigurosos métodos y los utilizarán con macrodatos y análisis sofisticados, dejando plasmada una vez más la amplia influencia que Katz ha ejercido sobre la Economía a lo largo de casi 40 años.

“Realmente su huella en la ciencia económica es grande”, dice David Autor, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). “Larry hizo sonar la alarma sobre el peligro de una creciente desigualdad mucho antes de que otros lo hicieran”. Autor es uno de los más de 200 exalumnos doctorales de Katz, que incluyen dos ganadores de la Medalla John Bates Clark, el mayor premio para economistas menores de 40 años; tres becarios de la Fundación MacArthur, y decenas de académicos titulares en las mejores universidades.

La labor de Katz desencadenó dos revoluciones intelectuales en la ciencia económica, según un esbozo biográfico hecho en 2023 por Autor y el economista de Harvard David Deming, otro exalumno de Katz. Una, consistió en aplicar teorías económicas de oferta y demanda para explicar fluctuaciones en la desigualdad salarial a través del tiempo. La otra, fue conducir experimentos de campo a gran escala con personas reales para responder grandes interrogantes de las ciencias sociales, en particular sobre cómo al mudarse a un vecindario con mayores oportunidades los efectos se transmiten a lo largo de múltiples generaciones.

Además, como editor de la prestigiosa revista Quarterly Journal of Economics desde 1991, “Katz ha marcado el compás de la profesión económica durante tres décadas”, escriben Autor y Deming. Citan datos que indican que esta revista ha tenido una influencia mucho mayor en Economía por cada trabajo publicado que cualquiera de las otras cuatro principales publicaciones de estudios económicos, en función de la cantidad de referencias y otros factores.

Motivado por los problemas sociales

“Larry está realmente motivado por los problemas sociales”, dice su esposa y frecuente colaboradora, la ganadora del Premio Nobel 2023 Claudia Goldin, también economista de Harvard. “Su pasión son los desfavorecidos”. (Tiene otra pasión, revela su esposa: el perro rastreador Pika, un premiado golden retriever de 13 años que Katz pasea varias veces al día).

Su pasión por los desfavorecidos surgió en los años sesenta mientras observaba a su madre, una psicóloga que trabajaba en las escuelas públicas de Los Ángeles. Vera Reichenfeld nació en Belgrado en 1938, escapó del Holocausto con su familia y creció en Argentina y Uruguay. Uno de sus profesores había estudiado en la Universidad de Michigan, y eso la llevó a trasladarse a Ann Arbor para ir a la facultad, donde conoció al padre de Katz.

Como hispanohablante, Vera trabajaba en algunos de los barrios más pobres de Los Ángeles. Katz recuerda que llevaba prendas y alimentos a las escuelas donde trabajaba para los niños de familias en dificultades. Él y su madre también hablaban sobre las penurias de asistir a escuelas sin aire acondicionado y si eso ponía a los niños de escuelas más pobres en desventaja frente a los de escuelas más ricas y climatizadas. Esos encuentros con la pobreza inspiraron a Katz a centrarse en la desigualdad, la segregación y la raza en sus debates en la escuela secundaria y en su paso por la universidad. (A los 85 años, su madre trabaja ahora a tiempo parcial como actriz e interpreta papeles en español e inglés).

A Katz le gusta contarles a sus entrevistadores que eligió estudiar Economía porque la clase introductoria durante su primer trimestre en Berkeley comenzaba a las diez de la mañana, y no a las ocho como la clase de introducción a la ciencia política. Como estudiante de pregrado, comenzó a desarrollar su enfoque de investigación económica basado en datos cuando lo que hoy se conoce como el Centro Fisher de Economía Inmobiliaria y Urbana lo contrató en 1979 como su primer investigador.

Encuestó a funcionarios encargados del uso del suelo en las 93 jurisdicciones del Área de la Bahía de San Francisco para recopilar montones de datos que mostraban cómo la recientemente sancionada Proposición 13 que reducía el impuesto inmobiliario estaba generando más restricciones sobre el uso de la tierra y elevando el precio de las propiedades. Esas observaciones se convirtieron en su tesis y discurso de graduación en el departamento de Economía.

Para obtener su doctorado del MIT en 1985, Katz exploró a fondo la mecánica del desempleo. Analizando rigurosamente datos de Estados Unidos y el Reino Unido, cuestionó la arraigada teoría de que las variaciones cíclicas de la desocupación surgían de cambios en la demanda laboral que exigían a los trabajadores desplazarse entre sectores tales como la manufactura y los servicios. Mostró que eso, en cambio, tenía más que ver con ciclos económicos tradicionales resultantes de shocks de demanda agregada. Fomentó una mayor comprensión del comportamiento de los trabajadores en busca de empleo que estaban temporalmente ociosos y esperaban ser convocados nuevamente, basándose en datos de encuestas longitudinales.

Esta clase de análisis de datos a gran escala abrió una nueva frontera en Economía mucho antes de que los avances en potencia informática permitieran a los investigadores procesar de manera rutinaria vastos volúmenes de cifras. En ese momento, “las bases de datos de uso público venían en cintas magnéticas del tamaño de una pizza gruesa, y el tiempo de computadora se alquilaba por minuto de procesador”, según afirman Autor y Deming.

Influyentes trabajos de 1992

Katz expuso plenamente su enfoque en 1992, cuando publicó dos influyentes trabajos. En uno, colaboró con el macroeconomista francés Olivier Blanchard, que más tarde se desempeñó como economista principal del Fondo Monetario Internacional. Después de que la desocupación prácticamente se triplicara en Massachusetts entre 1987 y 1991 al irse a pique un auge de los servicios tecnológicos y financieros, se propusieron entender qué ocurre cuando hay una escalada regional del desempleo.

Al estudiar 40 años de datos de cada uno de los estados de Estados Unidos, Katz y Blanchard concluyeron que, mientras un estado tarda entre cinco y siete años en recuperarse de un fuerte aumento del desempleo, el descenso de la tasa de desocupación refleja en gran medida que los trabajadores abandonan el estado y no que los empleadores estén creando nuevos puestos de trabajo. Los salarios tardan más de una década en volver a su nivel normal.

“Encontramos patrones muy sólidos en los datos, que ofrecían un claro panorama de la movilidad laboral y las evoluciones regionales”, dice Blanchard. Esas observaciones modificaron la forma en que los economistas piensan acerca de las políticas regionales en otros lugares, como Europa, afirma.

El otro trabajo fundamental de 1992 abordaba directamente la desigualdad de ingreso entre personas con y sin título universitario, y revolucionó las ideas de los economistas sobre la disparidad de ingresos. Katz y Kevin Murphy, de la Universidad de Chicago, analizaron las variaciones de los salarios en Estados Unidos desde 1963 hasta 1987, aprovechando un vasto conjunto de datos de la Oficina del Censo. Observaron que la brecha de ingresos se redujo entre 1970 y 1979 y se amplió drásticamente después de 1979. La sabiduría convencional de entonces lo atribuyó a la creciente demanda de trabajadores más cualificados. Pero Katz y Murphy mostraron que también reflejaba un fuerte declive del crecimiento de la oferta de tales trabajadores frente a una demanda creciente.

“Cuando el sistema educativo no sigue el ritmo, la desigualdad se amplía”, dice Katz. Esos dos esfuerzos de investigación dispararon “una obra de pasión” que implicó ahondar en la desigualdad durante las tres décadas siguientes, dice. Uno de los proyectos más importantes y prolongados fue su colaboración con Goldin en el libro de 2008 The Race between Education and Technology [La carrera entre la educación y la tecnología].

Educación y desigualdad

La pareja, que se conoció a finales de la década de 1980 en la entrada posterior de la Oficina Nacional de Investigación Económica en Cambridge, Massachusetts, comenzó a estudiar el tema a principios de los noventa. La investigación surgió de cierta labor preliminar de Goldin sobre la historia de la educación y su impacto en los salarios, dice ella. “Larry estaba obsesionado con los cambios en la estructura salarial”, afirma. “Fue el primer economista de los ochenta que vio ampliarse la brecha de desigualdad”.

Los investigadores buscaron en “toneladas de conjuntos de datos” y tabularon manualmente datos de la Oficina de Estadísticas Laborales desde comienzos del siglo XX, dice Katz. Desenterraron materiales de campaña creados en las décadas de 1910 y 1920 por consejos escolares locales —en zona rurales más que en ciudades— que impulsaban el “movimiento de la escuela secundaria” dirigido a preparar a los jóvenes para obtener mejores empleos.

Eso dio a los trabajadores de Estados Unidos una tremenda ventaja, ya que el país “educaba a sus jóvenes en mucha mayor medida que la mayoría, si no la totalidad, de los países europeos”, escribieron. “En los años treinta, Estados Unidos era prácticamente el único país que ofrecía escuelas secundarias universalmente gratuitas y accesibles”. El aumento de la desigualdad a finales del siglo XX obedeció no tanto a la velocidad del cambio tecnológico, argumentan, sino a una falta de voluntad para seguir invirtiendo en educación.

“Podríamos haber hecho con la educación universitaria y vocacional lo mismo que hicimos con el movimiento de escuelas secundarias”, dice Katz. “Tenemos una revolución incompleta en educación postsecundaria. Les dejamos esa tarea a las familias”. Ahora aboga por invertir más en las universidades estatales y en sólidos programas de formación vocacional y capacitación laboral sectorial para los graduados de la secundaria. (En la década de 2010, Katz y sus colaboradores publicaron una serie de trabajos donde demostraban que los empleadores valoraban poco los títulos que se obtenían en costosas universidades privadas).

Entre 50% y 60% del aumento de la desigualdad salarial en Estados Unidos desde 1980 se debió a la desaceleración del progreso educativo frente al crecimiento continuo de la demanda de trabajadores con formación universitaria, lo cual amplió la diferencia de salarios entre los que tenían y los que no tenían título universitario, dice Katz. Otros factores son el declive de los sindicatos, la erosión del salario mínimo federal, la escalada de la remuneración de los cargos ejecutivos y otros de máximo nivel, y la ruptura de las cadenas de suministro con una creciente tercerización interna, mayor uso de la economía de plataformas digitales y deslocalización internacional, sugiere.

Mudarse en busca de oportunidades

En 1993, Katz pasó a desempeñarse como economista principal del Departamento de Trabajo durante el gobierno de Bill Clinton, desde donde pudo contribuir a diseñar lo que otros economistas califican como uno de los experimentos de política social más importantes de la historia de Estados Unidos: el programa de movilidad habitacional “Mudarse a la oportunidad”.

Después de los disturbios que estallaron en Los Ángeles a causa de la golpiza policial propinada a Rodney King en 1991, “el Congreso se sintió un tanto responsable y sancionó una ley que otorgaba algún dinero para un proyecto de demostración en los vecindarios”, dice Katz. El programa comenzó en 1994 en Boston, Baltimore, Chicago, la ciudad de Nueva York y Los Ángeles, e incluyó a 4.604 familias que residían en viviendas públicas en algunos de los barrios más pobres del país. La idea era averiguar si, al ayudar aleatoriamente a familias a mudarse a un vecindario mejor, estas se beneficiarían económicamente.

Al principio no fue así, observaron Katz y otros investigadores. Pero la historia no terminaba ahí. Los participantes sí indicaron mejoras de su salud física y mental, y cuando Katz y sus colegas continuaron haciendo un seguimiento del grupo, afloró algo imprevisto. Los niños que eran menores de 13 años cuando sus familias se mudaron a barrios más seguros y menos pobres percibían ingresos 30% más altos como adultos jóvenes, tenían más probabilidades de asistir a la universidad, ingresaban a mejores universidades y de adultos vivían en vecindarios menos pobres.

“Nunca imaginé que seguiría estudiando esto más de 25 años después”, dice Katz.

El experimento tiene hoy ramificaciones de política pública ya que algunos gobiernos locales, como el de Seattle, aplican sus resultados a los beneficiarios de vales de vivienda. “Dónde vivimos influye en nuestra salud y en muchas otras cosas”, dice Katz. “Podríamos hacer mucho más utilizando los recursos existentes”. La administración de Joe Biden procuró financiar un programa más amplio, pero “todo se frustró” en las negociaciones con el Congreso, dice Katz.

El efecto Katz

Como editor de la revista Quarterly Journal of Economics durante los últimos 32 años, Katz ha incrementado su influencia en la investigación económica, afirman otros economistas. Bajo su liderazgo, la revista aborda cuestiones fundamentales de las ciencias sociales y el bienestar humano, extendiendo las fronteras de la Economía, según Autor y Deming. Impulsa a los investigadores a tomar riesgos y seguir los datos hacia donde estos lleven, dicen otros. “Esto se conoce como el efecto Katz”, dice el economista de Harvard Raj Chetty, ganador de la medalla John Bates Clark y también discípulo de Katz. Chetty ha desempeñado un papel determinante en el estudio de las ramificaciones del proyecto “Mudarse a la oportunidad”.

“Goza de enorme respeto entre los autores, lo cual es una proeza”, dice el francés Blanchard, que fue coeditor de la revista con Katz durante siete años. “Los editores rigurosos por lo general se ganan muchos enemigos, pero él no”. Katz lee y da su respuesta a todo artículo que se presente, afirma. La revista recibe alrededor de 2.000 artículos por año y publica 48.

En los últimos 25 años, Katz también se ha desempeñado como mediador en negociaciones y conflictos laborales entre Harvard y diversos sindicatos. Dirigió lo que extraoficialmente se denominaba el Comité Katz, que en 2001 emitió un informe sobre la tercerización que derivó en una política de paridad de salarios y prestaciones entre los trabajadores de planta y los subcontratados. La política estaba dirigida a permitir que Harvard recurriera a la tercerización para mejorar su eficiencia, pero sin perjudicar a los empleados sindicalizados de la universidad.

Sin duda, un pilar de su legado son los 239 doctores en Economía que Katz ha capacitado. En su sitio web de Harvard, mantiene actualizada una lista de nueve páginas, donde muestra el año de doctorado, destino de trabajo inicial y cargo actual de sus discípulos. Muchos de ellos lo mencionan como su fuente de inspiración profesional.

“Es un prolífico asesor que ha tenido un enorme impacto en las políticas públicas al haber formado a tantos economistas destacados”, dice Betsey Stevenson, de la Universidad de Michigan. “Siempre estaba disponible. Tiene un conocimiento enciclopédico de la investigación en nuestro ámbito y puede decirnos instantáneamente dónde encajaría nuestro proyecto en la literatura”.

Como estudiante de posgrado, Stevenson estaba haciendo una investigación sobre felicidad y economía. Recuerda haberle comunicado a Katz su conclusión de que, en general, ganar la lotería hace más feliz a las personas, al menos inicialmente.

“Ganar la lotería probablemente no me haría más feliz”, cuenta que le dijo. “No me ayudaría a escribir artículos más rápidamente”.

BOB SIMISON es un redactor independiente que previamente trabajó en The Wall Street Journal, Detroit News y Bloomberg News.

Las opiniones expresadas en artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.