Economics in America: An Immigrant Economist Explores the Land of Inequality, Angus Deaton, Princeton University Press, Princeton, NJ, 2023, 280 págs., USD 29,95

El nuevo libro de Angus Deaton se basa en los textos que en los últimos años ha dirigido a un amplio público, organizados en torno al tema de la desigualdad en Estados Unidos. “Con la mirada siempre fija en la desigualdad”, explica, “escribo sobre sanidad, pensiones, la bolsa y la pobreza, tanto interna como en otros países”. Deaton se pronuncia desde la perspectiva de un economista inmigrante formado en la tradición económica de Cambridge (Inglaterra), y que luego se trasladó a Estados Unidos en la década de 1980 y ganó el Premio Nobel de 2015, entre otros honores.

El interés central de Deaton es la creciente desigualdad, reflejada en los ingresos, en una brecha enorme entre las “élites” y la población general y en la peor situación social de quienes no llegaron a tiempo al tren de la globalización, las políticas y los avances tecnológicos, y que incluye un aumento de la mortalidad entre los trabajadores menos cualificados, un fenómeno que Anne Case y Deaton describieron como “muertes por desesperación” en un libro anterior. Para Deaton, la inadecuada atención prestada al cambio climático es un tipo de desigualdad, porque descuida el bienestar de las generaciones futuras.

Sostiene que la profesión económica debe adoptar, como pretendió Adam Smith, una visión más panorámica del bienestar, que vaya más allá del ingreso y la riqueza y que abarque aspectos importantes del bienestar humano, como un trabajo gratificante y con propósito, la familia y la comunidad. Los economistas deben compaginar la tendencia a centrarse en la eficiencia con un mayor interés en la equidad, y deben prestar más atención a la capacidad del gobierno para ayudar a abordar la desigualdad.

En cuanto al papel adecuado de la política pública, el autor subraya la importancia de la noción de Kenneth Arrow en el sentido de que los mercados tienen que ser competitivos —no meramente “libres”— para que los resultados que arrojan sean aceptables desde el punto de vista social. Sin competencia, ya sea porque hay monopolios o monopsonios que elevan los precios o reducen los salarios de forma artificial, el mercado puede arrojar resultados que invariablemente favorecen a ciertos segmentos de la población.

Deaton advierte que el ajuste a los shocks es en la realidad más complicado de lo que da a entender el diálogo acerca de las políticas, y señala la desigualdad educativa y racial como crudas características del panorama social. A las personas desplazadas por fuerzas mundiales o por la tecnología les suele resultar difícil encontrar trabajo debido a requisitos de diplomas universitarios y al costo prohibitivo de la vivienda en las urbes. Entre tanto, la red de protección social está deshilachada, lo que supone mayores penurias para las personas relativamente pobres y menos cualificadas.

Para abordar la desigualdad, Deaton exhorta a las autoridades a centrar la atención no solo en la redistribución —que tiene límites conceptuales y prácticos— sino también en factores “predistributivos”, como la educación y la salud, que influyen en cómo los mercados determinan la distribución del ingreso antes de impuestos y transferencias. En ciertas circunstancias, un incremento de los salarios mínimos puede servir para mejorar el bienestar de los trabajadores de bajo ingreso sin hacer mella en el empleo.

Deaton estima que la intervención del Estado es necesaria para reducir los costos sanitarios y la pobreza y para garantizar prestaciones de jubilación más fiables. En el ámbito de la atención sanitaria, factores como la información asimétrica sobre precios y procedimientos entorpecen la competencia en el mercado. Según el autor, la dependencia excesiva de las fuerzas del mercado en estas circunstancias conduce a un elevado nivel de desigualdad y de precios en la atención sanitaria, y a una baja calidad en comparación con otros países ricos.

Deaton es partidario de que el financiamiento y el suministro de las pensiones sean de carácter comunitario más que individual, ya que los riesgos del mercado son altos y la mayoría de la gente carece de los recursos para gestionar los riesgos, y para quienes juzgan mal los riesgos o tienen mala suerte las consecuencias son catastróficas. Sostiene que los gobiernos deberían dedicar atención a la pobreza interna —ya que tienen una obligación concreta ante sus propios ciudadanos que pagan impuestos, trabajan y sirven— y a la pobreza en otros países, pero no considera que la asistencia sea una solución duradera.

Para algunos, las críticas de Deaton a la economía podrían ser excesivas y desestimar la flexibilidad intelectual y de las políticas surgida durante la crisis financiera mundial y después, flexibilidad que fue promovida, entre otros, por el entonces consejero económico del FMI, Olivier Blanchard.

En general, el libro es informativo en vista de la diversidad de temas que abarca; convincente, dada la innegable autoridad y experiencia de Deaton; y ameno, gracias a su elegante pluma.

VIVEK ARORA es subdirector de la Oficina de Evaluación Independiente del FMI.

Las opiniones expresadas en artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.