[caption id="attachment_15047" align="alignleft" width="1024"] (foto: Sefa Ozel/iStock by Getty Images)[/caption]
Tobias Adrian y Tommaso Mancini-Griffoli
(English)
Como seres humanos, valoramos la innovación y la diversidad, inclusive en lo concerniente al dinero. A lo largo de un día, hacemos un pago pasando una tarjeta por una terminal o acercándole un móvil, o haciendo clic con el ratón. O bien cambian de mano billetes y monedas, aunque en muchos países sea una transacción cada vez menos frecuente.
El mundo de hoy se caracteriza por un sistema monetario dual, en el que existe dinero proveniente de emisiones privadas —de bancos de todo tipo, empresas de telecomunicaciones o proveedores de pagos especializados— asentadas en los cimientos del dinero proveniente de emisiones públicas a cargo de los bancos centrales. Aunque dista de ser perfecto, este sistema ofrece ventajas significativas: innovación y diversidad de productos, mayormente por parte del sector privado, y estabilidad y eficiencia, garantizadas por el sector público.
Esos objetivos —innovación y diversidad por un lado, y estabilidad y eficiencia por el otro— están conectados. Por lo general, cuanto más hay de uno, menos hay del otro. Hay una disyuntiva que enfrentan los países, y, especialmente, los bancos centrales. ¿En qué medida conviene apoyarse en el sector privado y en qué medida innovar por cuenta propia? Mucho depende de las preferencias, la tecnología disponible y la eficiencia de la regulación.
Por lo tanto, cuando aparece una tecnología nueva, es natural preguntarse cómo evolucionarán los sistemas monetarios duales de hoy. Al ponerse en circulación el efectivo digitalizado —o sea, monedas digitales del banco central—, el dinero emitido en el ámbito privado, ¿se verá desplazado o podrá florecer? Lo primero es siempre una posibilidad, como consecuencia de una regulación más estricta. Lo segundo también es posible, en nuestra opinión, si hacemos extensiva la lógica del sistema monetario dual de hoy. Es importante recordar que los bancos centrales no tienen que decidir entre ofrecer monedas digitales propias o bien alentar el sector privado a lanzar su propia variante. Ambas monedas pueden coincidir y complementarse; por ejemplo, en la medida en que los bancos centrales tomen ciertas decisiones en cuanto al diseño y modernicen los marcos regulatorios.
Coexistencia pública-privada
El hecho de que a lo largo de la historia el dinero privado ha coexistido con el público quizá resulte desconcertante. ¿Por qué no se ha impuesto por completo el dinero privado, siendo más novedoso, cómodo, adaptable y fácil de usar?
La respuesta radica en una relación simbiótica fundamental: porque existe la opción de canjear dinero privado por dinero público perfectamente seguro y líquido, ya sea billetes o monedas, o reservas del banco central en manos de determinados bancos.
Los fondos privados que pueden convertirse a valor facial fijo en una moneda del banco central pasan a ser un depósito de valor estable. Diez dólares depositados en una cuenta bancaria pueden canjearse por un billete del mismo valor aceptado como moneda de curso legal para saldar una deuda. El ejemplo puede parecer obvio, pero oculta mecanismos complejos: regulación y supervisión sólidos, respaldos estatales como garantía de depósitos y función de prestamista de última instancia, y el aval parcial o total de las reservas del banco central.
Además, el dinero de emisión privada es un medio de pago eficiente en la medida en que puede canjearse por moneda del banco central. Los 10 dólares que Ana tiene en el Banco A se pueden transferir al Banco B de Roberto porque en el medio se los convierte en moneda del banco central, un activo en el que ambos bancos confían y que pueden mantener y canjear. En consecuencia, este dinero de emisión privada es interoperable. A la vez, estimula la competencia —ya que Ana y Roberto tienen el dinero en distintos bancos y aun así pueden hacerse pagos entre sí — y, por ende, estimula la innovación y la diversidad de modalidades efectivas de dinero.
En resumidas cuentas, la posibilidad de hacer una conversión a dinero del banco central es esencial para la estabilidad, la interoperabilidad, la innovación y la diversidad del dinero de visión privada, ya sea en forma de cuenta bancaria u otra. Un sistema que tuviera únicamente dinero privado sería por lejos demasiado riesgoso. Y uno que tuviera únicamente moneda del banco central podría perderse innovaciones importantes. Cada modalidad de dinero aprovecha la otra para mantener el sistema monetario dual de hoy, un equilibrio beneficioso para la sociedad.
La moneda del banco central estará sometida a presión en la era digital
Y mañana, cuando nos adentremos plenamente en la era digital, ¿qué ocurrirá con este sistema? ¿Tendrán tanto atractivo las monedas digitales emitidas por los bancos centrales que eclipsarán el dinero de emisión privada? ¿O continuarán haciendo posible la innovación del sector privado? Mucho depende de la capacidad y la voluntad de cada banco central de innovar en forma sistemática y significativa. Mantenerse a la altura del cambio tecnológico, la rápida evolución de las necesidades de los usuarios y la innovación del sector privado no es tarea fácil.
Las monedas digitales de los bancos centrales son parecidas tanto a un teléfono inteligente como a su sistema operativo. A nivel básico, constituyen una tecnología de liquidación que permite almacenar y transferir dinero, como los bitios que circulan entre el procesador de un teléfono, su memoria y su cámara. A otro nivel, son una forma de dinero, con determinada funcionalidad y apariencia, como un sistema operativo.
Por ende, los bancos centrales tienen que parecerse más a Apple o a Microsoft para mantener sus monedas digitales en la vanguardia de la tecnología y en las billeteras de los usuarios como forma predominante y preferida de dinero digital.
La innovación en la era digital es infinitamente más compleja y rápida que la actualización de los elementos de seguridad de los billetes. Por ejemplo, las monedas digitales de los bancos centrales inicialmente podrían estar administradas desde una base de datos central, para migrar luego a libros mayores distribuidos (registros sincronizados que se mantienen y actualizan automáticamente a lo largo y a lo ancho de una red) a medida que la tecnología madurara, y un libro mayor podría ceder rápidamente el lugar a otro como resultado de grandes avances. Los teléfonos y los sistemas operativos también se benefician de grandes actualizaciones, como mínimo anuales.
Además, es probable que las necesidades y las expectativas de los usuarios evolucionen de manera mucho más rápida e impredecible en la era digital. La información y los activos pueden migrar a libros mayores distribuidos, lo cual requeriría monetizar el dinero en la misma red. El dinero puede transferirse de maneras completamente nuevas; por ejemplo, automáticamente mediante chips instalados en productos de uso diario. Estas necesidades quizá requieran nuevas características del dinero y, por ende, rediseños arquitectónicos frecuentes y diversidad. Es poco probable que el dinero de hoy, o incluso el de mañana, satisfaga las necesidades de pasado mañana.
Las presiones también se harán sentir desde el lado de la oferta. El sector privado continuará innovando. Surgirán nuevos mecanismos para el dinero electrónico y las monedas estables. A medida que la demanda de estos productos aumente, los reguladores buscarán contener los riesgos. E inevitablemente se planteará un interrogante: ¿cómo interactuarán estas formas de dinero con las monedas digitales emitidas por los bancos centrales? ¿Tendrán una existencia separada o estarán algunas integradas en el sistema monetario dual en el cual los productos privados y los de los bancos centrales se benefician mutuamente?
Colaborar con el sector privado sigue siendo una posibilidad
Seguirles el ritmo al avance de la tecnología, las necesidades de los usuarios y la competencia del sector privado no será tarea fácil para los bancos centrales. Sin embargo, no tienen que hacerlo solos.
Primero, la moneda digital de un banco central puede estar diseñada de manera que aliente al sector privado a sumarle su propia innovación, de la misma manera que los diseñadores de aplicaciones suman funcionalidad a los teléfonos y a sus sistemas operativos. Si tiene acceso a un conjunto abierto de comandos («interfaces de programación de aplicaciones»), una activa comunidad de desarrolladores podría ampliar las posibilidades de uso de las monedas de los bancos centrales, más allá de simples servicios de billeteras electrónicas. Por ejemplo, podrían facilitar la automatización de pagos, permitiendo hacerlos contra recibo de un envío de bienes, o podrían crear una función de búsqueda para poder enviarle dinero a una amiga usando únicamente su número de teléfono. Lo fundamental será comprobar estos servicios suplementarios de modo que ofrezcan máxima seguridad.
Segundo, algunos bancos centrales incluso podrían permitir la coexistencia de otras formas de dinero digital —como ocurre con los sistemas operativos paralelos—, sin desaprovechar por ello la estabilidad y la funcionalidad de liquidación de sus propias monedas digitales. Esto abriría las puertas a una innovación más rápida y a la diversidad de productos. Por ejemplo, una moneda digital podría sacrificar velocidad de liquidación para ofrecer a los usuarios mayor control de la automatización de los pagos.
Esta nueva forma de dinero digital, ¿sería un depósito de valor estable? Sí, si se la pudiera canjear por moneda del banco central (digital o no) a un valor facial fijo. Esto sería posible si contara con el pleno aval de la moneda del banco central.
Y esta forma de dinero digital, ¿constituiría un medio de pago eficiente? Nuevamente, sí, ya que la liquidación sería inmediata dentro de cualquier red de dinero digital, tal como lo es entre las cuentas del mismo banco. Y las redes serían interoperables en la medida en que un pago del proveedor de dinero digital de Ana al de Roberto se liquidaría con un correspondiente movimiento de dinero del banco central, como ocurre con el sistema dual de hoy.
Esta modalidad de dinero digital (que llamamos moneda sintética en el pasado) bien podría coexistir con la moneda digital del banco central. Requeriría un mecanismo de autorización y una normativa para cumplir con objetivos de política pública como la resiliencia operacional, la protección del consumidor, la conducta y la impugnabilidad del mercado, la privacidad de los datos e incluso la estabilidad prudencial. Al mismo tiempo, la integridad financiera podría quedar asegurada mediante identidades digitales y políticas de datos complementarias. La asociación con los bancos centrales requiere un elevado grado de cumplimiento con las regulaciones.
Un sistema para hoy y para mañana
Si los países se deciden a usar monedas digitales de bancos centrales, deben plantearse cómo aprovechar el sector privado. El sistema monetario dual de hoy puede extenderse a la era digital. La moneda del banco central —junto con la regulación y la supervisión— continuará siendo esencial para anclar la estabilidad y la eficiencia del sistema de pagos. Y el dinero de emisión privada puede complementar estos cimientos con innovación y diversidad, quizás incluso más que hoy. El lugar que los bancos centrales decidan terminar ocupando dentro del continuo que se extiende entre la participación del sector privado y del sector público en el suministro de dinero variará según el país y, en última instancia, dependerá de las preferencias, la tecnología y la eficiencia de la regulación.