Por Shekhar Aiyar, John Bluedorn, and Romain Duval
El crecimiento de la zona del euro repuntó este año, pero sigue siendo frágil en un contexto de mayores riesgos. Este es un buen momento para que las economías de la zona del euro refuercen la capacidad para sobreponerse a las dificultades económicas futuras.
Un nuevo estudio del FMI examina la resiliencia de estos países y determina que han sufrido recesiones más frecuentes y profundas que otras economías avanzadas en los últimos 20 años. Un motivo de inquietud aún más apremiante es el hecho de que se han ahondado las diferencias entre las tasas de crecimiento y de desempleo de los países miembros tras las desaceleraciones en la zona. Ese fenómeno fue especialmente marcado tras la crisis financiera mundial de 2008.
Si bien desde entonces los países de la zona del euro han avanzado sustancialmente en la mejora de aspectos fundamentales de la unión económica y monetaria, tienen mucho por hacer: desde llevar a término la unión bancaria y de los mercados de capital hasta establecer una capacidad fiscal central para la estabilización macroeconómica. Sin embargo, las mejoras de la arquitectura de la zona del euro no pueden sustituir completamente la flexibilidad económica que brindan las reformas estructurales nacionales, que también juegan un papel fundamental.
Hemos determinado que la mejora de las políticas de los mercados de trabajo nacionales, de la normativa aplicada a los mercados de productos y de los regímenes de insolvencia de las empresas afianzaría la resiliencia de las economías y reduciría los costos socioeconómicos de shocks desfavorables. Esto permitiría a la zona del euro enfrentar mejor un shock profundo.
Una sólida normativa de los mercados de trabajo y de productos puede afianzar la resiliencia
Para ser más resilientes, las economías de la zona del euro tienen que poder sobreponerse a shocks pasajeros, tales como una contracción del crédito o un trastorno de la oferta. Asimismo, necesitan que los trabajadores y el capital logren con más rapidez un máximo de productividad tras un shock permanente, como puede ser una pérdida duradera de la competitividad externa de la industria nacional.
La regulación de los mercados de trabajo y de productos puede ayudar en ambos sentidos. Durante las últimas cuatro décadas, las profundas recesiones produjeron pérdidas más pequeñas y menos persistentes en las economías que reformaron la regulación de los mercados de trabajo y de productos, en comparación con las que no lo hicieron.
Por ejemplo, las negociaciones colectivas y los sistemas de prestaciones que permiten que los costos laborales —sueldos por hora u horas trabajadas— sean más sensibles a las condiciones del mercado del trabajo pueden reducir las pérdidas de empleo en épocas de adversidad. Los procedimientos de despido menos engorrosos y más predecibles para los trabajadores de planta pueden ayudar a las empresas a adaptarse y a acelerar la reasignación del personal, de empresas e industrias en declive a otras más prometedoras. Al mismo tiempo, los sistemas de seguro por desempleo concebidos con cuidado y complementados con sólidos incentivos y respaldo para la búsqueda de empleo pueden brindar a los trabajadores la seguridad que necesitan.
En cuanto a la regulación de los mercados de productos, la reducción de las barreras administrativas y los costos iniciales pueden permitirle a la economía adaptarse con más rapidez a las circunstancias económicas cambiantes.
Nuestro análisis lleva a pensar que dar con la normativa justa en los mercados de trabajo y de productos es mucho más importante para la resiliencia de las economías que carecen de una política monetaria nacional independiente y tipos de cambio nominales, como por ejemplo los países miembros de una unión monetaria.
Un caso típico es el de Alemania tras la crisis financiera de 2008. A pesar de la gravedad de la recesión, el desempleo apenas aumentó. Las empresas estaban en mejores condiciones de ajustar sus costos laborales a través de los salarios y, en particular, las horas de trabajo, gracias en parte a los cambios de la negociación colectiva y los planes de prestaciones adoptados a principios de la década, pero también a la eficacia de un plan gubernamental ("Kurzarbeit") que compensaba financieramente a los empleados por las horas perdidas sin costo alguno para las empresas. La economía alemana se recuperó más rápido que la mayoría de sus pares del continente.
Por el contrario, las empresas de Portugal y España gozaban de mucha menos flexibilidad y por eso tuvieron que depender de la eliminación de numerosos empleos temporales, que de por sí eran resultado de una fuerte protección de los contratos de planta. En consecuencia, el desempleo se disparó en 2009, amplificando más el impacto de la recesión y la subsecuente crisis de la zona del euro.
La mejora de la política del mercado de trabajo no implica necesariamente una desregulación generalizada ni un debilitamiento de las protecciones para todos. Los países pueden estructurar diferentes programas que reflejen sus preferencias sociales. Por ejemplo, los modelos “anglosajón” y “nórdico” de las instituciones laborales pueden producir la flexibilidad necesaria. Ambos ofrecen una protección laboral limitada, pero acarrean diferentes costos fiscales y de protección del trabajador; el modelo “nórdico” se apoya en prestaciones por desempleo más generosas aunadas a una sólida asistencia en la búsqueda de empleo.
Mejores procedimientos de insolvencia
La mitigación de costos y la flexibilización de los procedimientos de insolvencia de las empresas es otro tipo de reforma estructural nacional que puede aumentar la resiliencia. Las empresas viables pueden reestructurarse y recuperarse más rápidamente, en tanto que las empresas “zombies” que no son productivas quedan eliminadas. Algunos países han progresado durante la última década —tal es el caso de Portugal—, pero en muchos otros hay margen para seguir mejorando.
Las leyes eficientes de insolvencia empresarial aceleran la reorientación del capital y de los trabajadores hacia actividades más productivas después de una profunda recesión, reduciendo el uso ineficiente de recursos y acelerando la recuperación. De hecho, tras la crisis financiera mundial de 2008 la mala asignación de recursos entre sectores aumentó en promedio en las economías con un régimen de insolvencia menos eficiente y más rígido, en tanto que apenas varió en las economías con un régimen de mejor calidad.
Aliviar la carga que recae en las políticas cíclicas
Por último, al mejorar la resiliencia de los países, las reformas estructurales nacionales también pueden aliviar la carga que soportan las políticas cíclicas, ya se trate de las políticas fiscales nacionales o de las políticas monetarias comunes adoptadas para estabilizar las economías de la zona del euro en tiempos difíciles. ¿Y qué pasa con la eficacia de esas políticas? Una mayor rigidez, de por sí, hace que las economías sean más sensibles a los shocks y, por consiguiente, acentúa el efecto de las políticas anticíclicas (las que suavizan el ciclo económico). Ahora bien, si un país tiene un espacio fiscal limitado —por ejemplo, debido a la elevada carga de la deuda—, entonces la confianza puede debilitarse si se intenta una expansión fiscal. Esto puede contrarrestar los efectos expansivos típicos del estímulo fiscal, engrosando aún más la carga de la deuda sin obtener ningún beneficio. Esta determinación resalta la necesidad de que las economías de la zona del euro no solo lleven a cabo reformas, sino que también reconstituyan el margen de maniobra fiscal para protegerse de futuras desaceleraciones.
Por lo tanto, promover reformas estructurales debería ser una prioridad crítica para la próxima Comisión Europea. Esas reformas no solo mejorarían la productividad, el crecimiento y la convergencia económica, sino que también, como lo sugiere nuestro estudio, reforzarían la resiliencia macroeconómica frente a desaceleraciones futuras. Esta es una tarea importante en un clima de mayor incertidumbre y crecientes riesgos nacionales e internacionales.