Por
Michael Keen
(Versión en
English)
¿Santo grial…
Imagínese que cuando se fue a la cama anoche, dejó $40 en la mesa de la cocina y que cuando se levantó hoy encontró solamente $30… y una nota del gobierno que decía, “Muchas gracias; nos llevamos $10 de impuestos”. Obviamente, es algo tremendamente irritante. Pero desde el punto de vista de un economista, es una forma prácticamente ideal de cobrar impuestos: usted no puede hacer nada para reducirlos, eludirlos o evadirlos. Es el santo grial de lo que los economistas llaman un impuesto no distorsivo.
(Eso no significa que usted vaya a seguir comportándose igual. Al tener menos dinero, quizá trabaje un poco más o ahorre un poco menos. Pero cualquier otro impuesto que recaude $1 lo perjudicará aún más porque alterará los precios relativos (por ejemplo, si el gobierno tributa el sueldo, trabajar rinde menos) y sus decisiones se alejarán todavía más de las que tomaría si no hubiera tributación.)
Lo que acabo de describir es básicamente un “gravamen del capital”, que la última edición del informe
Monitor Fiscal menciona al pasar en el
recuadro 6 y que atrajo mucha atención. (Hay que aclarar que esto no es algo que esté proponiendo el FMI; el recuadro contiene simplemente una descripción analítica del tema y de las experiencias, que ya se habían debatido en público). Este gravamen sería un cargo aplicado una sola vez a los activos de capital; su base se podría fijar según el caso, pero en términos generales sería más grande que el dinero que la gente deja en la mesa de la cocina. Y como también se trata de un impuesto eficiente, muchos piensan que contribuiría a la equidad, ya que lógicamente recaería más en quienes más activos poseen.
Por lo tanto, no es sorprendente que la idea de un gravamen del capital a veces haya acaparado la atención en el debate público, especialmente después de guerras en las cuales se buscan medios extraordinarios para reducir un fuerte endeudamiento, ya sea por parte de los ganadores (Gran Bretaña después de las guerras napoleónicas y la Primera Guerra Mundial, por ejemplo) o los perdedores (Alemania tras la Primera Guerra Mundial y Japón tras la Segunda Guerra Mundial). Pero como bien lo señala en su
estudio Barry Eichengreen, economista de Berkeley, los gobiernos rara vez han instituido gravámenes de capital, y casi nunca han dado resultado. Y las razones son muy buenas.
… o cáliz envenenado?
La analogía hogareña también apunta a un defecto bastante fundamental de esta justificación básica de un gravamen del capital. Por miedo a que el gobierno le haga lo mismo esta noche, quizá no deje usted el dinero sobre la mesa o quizá decida gastárselo. Si relee la nota que el gobierno le dejó ayer, verá que pone en una posdata “Le prometemos que es por esta vez solamente”.
Pero, ¿le va a creer? ¿Qué va a pasar si el gobierno se encuentra nuevamente en un aprieto? La probabilidad es que usted ahora busque maneras de reducir, eludir o evadir futuros gravámenes, y entonces la posibilidad es que el impuesto se vuelva sumamente distorsivo.
En otras palabras, para no ser distorsivo, el impuesto tiene que ser imprevisto y a la vez inspirar la certeza de que no se repetirá. Tanto lo uno como lo otro son muy difíciles de lograr.
Instituir e implementar un impuesto nuevo lleva tiempo y rara vez puede un gobierno hacerlo en absoluto secreto (sin entrar siquiera en el tema de la transparencia). Y eso da tiempo para expatriar activos, consumirlos u ocultarlos. El riesgo de futuros gravámenes puede ser aún más perjudicial, ya que desalienta el ahorro y la inversión que generan futuros activos de capital. En un plano todavía más general, la credibilidad de toda la política tributaria del gobierno puede verse comprometida por impuestos imprevistos de este tipo. Si el gobierno puede imponer un tributo de esta índole, ¿qué le impide, por ejemplo, decidir de la noche a la mañana que en adelante no estará permitido descontar de los impuestos la depreciación de la inversión ya efectuada o los intereses devengados por créditos viejos?
Una tributación eficaz requiere un grado de confianza en las políticas impositivas futuras que vaya más allá de toda restricción jurídica a la capacidad de tributación del Estado. Es decir, no se trata simplemente de que en la práctica todo gravamen del capital resulte distorsivo, sino más bien que probablemente resulte
muy distorsivo.
Así lo demuestra la experiencia con los gravámenes de capital. En los países que los impusieron, rara vez contribuyeron mucho a la recaudación, habiendo estado precedidos de largos debates públicos y fugas de capitales (y asociados a una inflación que erosionó el problema de deuda básico). Según Eichengreen, hay un solo ejemplo exitoso: Japón después de la Segunda Guerra Mundial, donde el impuesto fue aplicado por una fuerza de ocupación y, por ende, escapó en gran medida a las normas democráticas y no comprometió a gobiernos futuros. Esa fue la excepción; decididamente no la regla.
Una abundancia de impuestos sobre el patrimonio
El gravamen del capital es una modalidad del impuesto sobre el patrimonio. No se lo debe confundir, como ocurre a veces, con las muchas otras variedades del impuesto sobre el patrimonio y su transferencia: impuestos sobre sucesiones, regalos, bienes raíces y operaciones con activos de capital, para nombrar solo algunos. La dinámica económica de éstos es bastante diferente y, en algunos casos, mucho más atrayente. La analizamos en el
Monitor Fiscal y se merece su propio blog.