La semana pasada en Washington, cuando las Reuniones Anuales del FMI y del Banco Mundial congregaron a las autoridades económicas de 187 países, la atmósfera estaba cargada de tensión. Los ministros de Hacienda y los presidentes de los bancos centrales del mundo entero estaban preocupados porque la recuperación mundial es frágil. Y desigual. Y es frágil porque es tan desigual.
En los mercados emergentes de Asia, América Latina y Oriente Medio, las cosas están yendo bastante bien. Incluso en África, muchos países han retomando el crecimiento mucho más rápido que en otras recesiones. En Europa, sin embargo, la recuperación es lenta. Y en Estados Unidos, sigue siendo tenue. Las últimas perspectivas económicas del FMI, publicadas durante las reuniones, no prevén una recaída. Pero hay riesgos.
El primer riesgo son los niveles de deuda pública muy elevados de las economías avanzadas, los más altos desde la Segunda Guerra Mundial. Lo que se necesita para restablecer el equilibrio fiscal depende, obviamente, de la situación que enfrenta cada país. A mediano plazo, todos deben restablecer la sostenibilidad fiscal. Pero a corto plazo —mientras la recuperación sea frágil— es necesario consolidar todo lo que se debe y estimular todo lo que se puede. El riesgo más grave para la sostenibilidad fiscal en este momento es que el crecimiento se quede estancado.
El segundo riesgo, que está relacionado con el primero, es la situación del empleo. El mundo perdió 30 millones de puestos de trabajo durante la crisis, y 450 millones de personas más se incorporarán al mercado laboral en la próxima década. Así que necesitamos crecimiento, pero necesitamos crecimiento con empleos. Esta crisis no estará superada hasta que no comiencen a bajar los niveles de desempleo.
El tercer riesgo está vinculado al sector financiero. Todos sabemos cómo comenzó esta crisis. Todos sabemos que se hicieron muchas promesas de sanear el sector financiero para que no vuelva a ocurrir. Y aunque ha habido progreso en varios países y han surgido nuevas regulaciones del reciente proceso de Basilea III, eso no basta. Debemos cerciorarnos de que esas reglas nuevas se implementen. Y necesitamos mejores herramientas para resolver las crisis financieras que ocurran. El sistema financiero aún no es suficientemente seguro.
Además de todo esto, preocupa el riesgo de que se debilite la estrecha cooperación internacional demostrada durante la crisis. Tras el colapso de Lehman, evitamos una segunda Gran Depresión porque los gobiernos y las naciones del mundo se aunaron y coordinaron su respuesta. Lo vimos, por ejemplo, cuando los dirigentes del Grupo de los Veinte países industrializados y de mercados emergentes (G-20) se reunieron en Londres y en Pittsburgh. La acción más concreta fue el estímulo fiscal coordinado. Y dio resultado.
Ahora que estamos entrando en modalidad de poscrisis, ese espíritu de cooperación no parece tan sólido. Quizá la indicación más clara fueron los titulares de esta última semana sobre “guerras de divisas” y sobre algunos países que buscaban devaluar para sacarles ventaja a otros. Y aun así, sabemos que la política de empobrecer al vecino no funciona. No hay soluciones puramente internas para problemas mundiales.
Así que cuando terminó el fin de semana —después de las reuniones—, ¿se habían disipado las tensiones? Sí… y no.
Del lado positivo, las autoridades económicas representadas en el órgano rector del FMI —el Comité Monetario y Financiero Internacional— coincidieron en varias cuestiones importantes.
• Hubo un compromiso decidido a rechazar “el proteccionismo en todas sus formas”. Y una declaración igualmente decidida sobre la importancia de “seguir trabajando en colaboración”, para asegurar el crecimiento y crear empleos.
• Se reconoció la necesidad de seguir avanzando en la reforma del sector financiero. Y —cosa que aplaudo— se instó al FMI a contribuir a este programa de trabajo en colaboración con otros órganos internacionales que ya están trabajando en este ámbito crucial.
• También en lo que respecta al FMI, nuestros miembros nos solicitaron que centráramos nuestros análisis económicos aún más en los efectos de “contagio”; es decir, los efectos que las políticas de un país podrían tener en otros países. Creo que de esa manera, haciendo valer nuestra experiencia multinacional inigualada, podemos contribuir a ayudar a resolver las tensiones que hemos observado entre los países, y a promover el reequilibramiento mundial que es tan importante para una recuperación sostenible.
• Asimismo, se reiteró durante el fin de semana la necesidad de potenciar la voz y la representación de los países de mercados emergentes y en desarrollo en el FMI para reflejar mejor su lugar en la nueva economía mundial. No llegamos a un acuerdo definitivo sobre estas reformas “del régimen de cuotas y la estructura de gobierno” el fin de semana, pero no estamos lejos.
Así que, a fin de cuentas, el mundo logró ciertos avances durante el fin de semana. Pero no nos ufanemos demasiado. Todavía no hemos salido del peligro.
Como dije antes, todavía queda mucho por hacer para lograr un crecimiento sostenible y equilibrado, restablecer el empleo y efectuar los cambios necesarios para reducir los riesgos del sector financiero. Sobre todo, debemos seguir pujando por la cooperación. ¿Por qué?
El análisis del FMI indica que mejorando la coordinación de las políticas económicas durante los cinco próximos años se podría incrementar el crecimiento mundial 2,5%, crear o rescatar 30 millones de empleos, y sacar de la pobreza a otros 33 millones de personas. Ante posibilidades tan prometedoras, ¿podemos darnos realmente el lujo de que cada uno vaya por su lado?
Esa pregunta ocupará un lugar importante en el programa de trabajo de la próxima reunión del G-20, que tendrá lugar en Corea en noviembre. Así que todas las miradas se vuelven de Washington este fin de semana a Seúl el mes próximo…