Se suelen pasar por alto las importantes contribuciones de uno de los principales fundadores del Fondo Monetario Internacional

“No podemos esperar de un niño que haga el trabajo de un hombre”, escribió Harry Dexter White sobre el FMI tan solo dos años después de que la organización abriera sus puertas, haciendo un llamamiento, tanto al Fondo como al Banco Mundial, para que se dotaran de una capacidad acorde con sus responsabilidades. “La carga de trabajo ha adquirido proporciones descomunales, mientras que, en sentido figurado, el hombre que debe asumirla ha quedado reducido a tan solo un niño”.

¿De verdad se había echado a perder tan pronto el fruto de Bretton Woods que White había contribuido a sembrar? Y si en un inicio el FMI no estaba a la altura de las circunstancias, ¿cómo podemos ahora estar seguros de que será la institución idónea para supervisar el sistema financiero internacional en el siglo XXI?

Boughton
Harry Dexter White, uno de los dos grandes fundadores intelectuales del FMI y el Banco Mundial.

La primera pregunta que surge, por supuesto, es quién era Harry Dexter White, y la respuesta siempre ha sido enigmática. El primer biógrafo de John Maynard Keynes, Roy Harrod, lo expresó sucintamente: “En Inglaterra, con demasiada frecuencia, [a White] se le tiene por un amanuense sin mayor trascendencia, una especie de robot que escribió. . . una versión menor del plan de Keynes, ¡sobre todo para irritar a los británicos! Nada más lejos de la realidad.

White fue una figura notable, y debería ocupar un lugar destacado en los anales de la historia británica”. Incluso en su propio país, Estados Unidos, se le suele presentar como una especie de escudero de Keynes, y quizás hasta desleal a su país. Nada de eso es cierto.

White nació en Boston, Massachusetts, en 1892, el séptimo y último hijo de una familia de inmigrantes lituanos. Su educación se vio interrumpida en varias ocasiones, pues se quedó huérfano y no tuvo más remedio que ponerse a trabajar a temprana edad. Luego se alistó como oficial en el ejército de Estados Unidos y sirvió en Francia durante la Primera Guerra Mundial. No obstante, perseveró hasta obtener un doctorado en Economía en la Universidad de Harvard, a los 40 años. Poco después, en 1934, aceptó un cargo júnior en el Tesoro de Estados Unidos, desde donde su carrera despegó. Para cuando Estados Unidos entraba en la Segunda Guerra Mundial en 1941, ya era el economista jefe del Tesoro.

El secretario del Tesoro, Henry Morgenthau Jr., le pidió que trazara un plan para organizar las relaciones económicas y financieras con el resto del mundo después de la guerra. Ese fue el germen de la conferencia de Bretton Woods de 1944, en la que 44 países aliados adoptaron lo que, en definitiva, era el plan de White para dar forma al FMI y al Banco Mundial. En 1946, White se convirtió en el primer director ejecutivo estadounidense del FMI, pero su salud experimentó un rápido deterioro y falleció de un ataque al corazón en 1948.

Paz y prosperidad

En la visión de White, el FMI se encargaría de fomentar la cooperación institucional a nivel internacional, de modo que los países pudieran comerciar libremente entre sí y desarrollar sus economías. Tal vez su frase más famosa sea que “la prosperidad, como la paz, es indivisible”. El mensaje para sus compatriotas era que la economía estadounidense no prosperaría a menos que la gente y las empresas de otros países pudieran comprar sus productos. Para asegurarse de que todos los aliados respaldaran su plan, insistió en que todos tuvieran la oportunidad de contribuir al diseño de este.

Keynes, en cambio, quería forjar un acuerdo entre el Reino Unido y Estados Unidos y presentárselo al resto de los aliados, pues temía que una conferencia con muchos participantes acabara convirtiéndose en “una olla de grillos”. Antes de que se reunieran en Nuevo Hampshire los más de 700 delegados, White, por su parte, organizó toda una serie de reuniones para grupos más pequeños de países.

Al final, la conferencia de Bretton Woods, que duró tres semanas, no solo que no fue una olla de grillos sino que de ella surgieron dos grandes instituciones financieras. No obstante, White sufrió una rápida decepción al comprobar lo poco preparado que estaba el FMI para hacer realidad su visión. ¿Qué falló?

Lo que preocupaba a White era que ni él ni nadie más en Bretton Woods había imaginado que la economía mundial fuera a crecer con el dinamismo que lo hizo después de la guerra. Lo único que habían conocido era depresión, volatilidad, caos financiero, autarquía y guerra, así que, como mucho, albergaban la esperanza de recobrar la estabilidad y volver a los niveles de actividad anteriores a la depresión.

Transcurridos dos años, a medida que el comercio internacional se recuperaba de la depresión y la guerra, y con el inicio de la Guerra Fría ejerciendo más presión sobre los presupuestos nacionales, las posibles demandas de recursos del FMI eran ingentes, y la institución era demasiado pequeña para atenderlas. Como repuesta, White propuso crear un nuevo activo financiero internacional que denominó “dólares de comercio”. Ese activo no se llegó a materializar en su momento, pero sirvió de prototipo para los derechos especiales de giro (DEG) que surgirían dos décadas más tarde. En la actualidad, los DEG se reconocen como un componente fundamental de la caja de herramientas con la que el FMI ayuda a los países a gestionar sus finanzas.

El dinamismo de la economía mundial no es el único factor que ha obligado al FMI a evolucionar apartándose de la visión que White llevó a Bretton Woods. En la década de 1940, las transacciones del sector financiero privado, como los préstamos bancarios internacionales y los bonos negociados en mercados internacionales, eran prácticamente inexistentes: la Gran Depresión de los años treinta ya había hecho tambalear esas transacciones, y luego la guerra mundial les asestó un nuevo golpe. La posibilidad de que resurgieran era en general vista como una amenaza de dinero especulativo que podría perturbar la estabilidad económica.

White y Keynes coincidieron en que el FMI debía aconsejar a los países que no se abrieran a los flujos de capital. El Convenio Constitutivo de la institución estipulaba que los países podían tomar dinero prestado del FMI únicamente para financiar sus déficits comerciales, no para contrarrestar grandes salidas de capital. También se autorizaba al FMI a solicitar a los países que impusieran controles de capital cuando resultara necesario. Sin embargo, la economía mundial fue evolucionando a medida que crecía. Debido a que los préstamos bancarios y los bonos internacionales se empezaron a utilizar de manera cada vez más generalizada para financiar el comercio entre países, el FMI acabó por virar el rumbo por completo y empezó a animar a los países a que abrieran sus mercados financieros a la competencia extranjera. El enfoque actual del FMI es más equilibrado: reconoce tanto las ventajas de la apertura como los riesgos de la volatilidad y la pérdida de control.

Comercio internacional

La visión de White para el FMI se inspiraba profundamente en el ideal de la participación universal en el comercio internacional. Eso era imposible en 1944 porque el mundo había quedado dividido entre los Aliados y las potencias del Eje en la guerra mundial, y la mayoría de los países de ingreso bajo se encontraban bajo dominación colonial. Parte de la visión de White consistía en animar a los países enemigos a unirse más tarde, una vez estuvieran dispuestos a aceptar las condiciones para ingresar en la organización. Esa visión se fue materializando gradualmente, con el ingreso de Alemania y Japón en 1952. Por otra parte, la descolonización condujo directamente a un aumento todavía mayor del número de países miembros, de 40 en 1946 a 190 a día de hoy.

Otra vertiente de la visión de White era preservar el núcleo duro formado por los Aliados, que eran quienes estaban liderando el esfuerzo militar (incluida la Unión Soviética). En un manuscrito inédito de 1945, White argumentaba que “ninguna guerra importante es posible a menos que [Estados Unidos y la Unión Soviética] estén en bandos opuestos. . . La tarea principal que tiene por delante la diplomacia estadounidense —y la única que reviste algún valor real para los grandes problemas a que nos enfrentamos— es idear formas de garantizar la amistad y la alianza militar entre Estados Unidos y Rusia”.

En tres años, el inicio de la Guerra Fría había frustrado ese sueño. La Unión Soviética nunca ingresó en el FMI, como tampoco lo hizo la mayoría del bloque soviético de Europa central y oriental. Solo tras la disolución de la Unión Soviética en 1991 pudo por fin cristalizarse esta parte de la visión de White.

Ahora bien, pese a su deseo de que todos los países miembros tuvieran voz en cuestiones de gobernanza, White también supo adoptar la posición pragmática de que el control financiero quedara en manos de los principales países acreedores, que serían quienes proporcionarían al FMI sus recursos financieros. Antes de Bretton Woods, de hecho, White menospreció los esfuerzos de Keynes por conceder a los países deudores —sobre todo al Reino Unido— un poder de voto que les permitiera ejercer control. Al principio, la mayoría de los activos utilizables del FMI provenían de Estados Unidos, y el Tesoro estadounidense era por lejos la fuerza más poderosa detrás de las políticas y la labor de la institución.

Para compensar este nivel de control, White insistió en que el nutrido grupo de países pequeños y en su mayoría pobres debía tener como mínimo el 10% del poder de voto. El predominio de los países grandes ha ido menguando a lo largo de las décadas, pero Estados Unidos y ahora la Unión Europea todavía son quienes llevan las riendas. Incluso a pesar de que el número de países pequeños ha aumentado considerablemente, su poder de voto ha sido minado.

Por encima de todas estas consideraciones, se planteaba la cuestión fundamental del propósito del FMI. En este tema, Keynes y White estaban completamente de acuerdo: el FMI debía ser lo que ahora daríamos en llamar una institución “keynesiana”. Es decir, su propósito era promover la prosperidad mediante políticas sólidas y eficaces, ayudando a los países a evitar acciones “que destruyeran la prosperidad nacional o internacional”.

Políticas sólidas

A lo largo de los años, la crítica más persistente contra el FMI ha sido la imagen que le ha llevado a ser percibida como una institución que promueve la austeridad más que el crecimiento económico. El principal argumento en defensa del FMI es que la prosperidad no es sostenible si no se asienta sobre políticas sólidas. A menudo, los países que atraviesan dificultades económicas deben hacer sacrificios a corto plazo para cosechar frutos a más largo plazo. Tanto Keynes como White habrían apoyado esa postura, pero la cuestión sigue siendo si la proporción de lo uno y lo otro es la correcta: ¿cuánto sufrimiento se ha de soportar para obtener la mayor ganancia posible? A menos que invoquemos los fantasmas de estos dos gigantes intelectuales, ambos fallecidos a temprana edad y durante los albores del FMI, lo único que podemos hacer es especular sobre cuán severas habrían sido sus críticas.

A fin de cuentas, el barómetro del valor de su legado será el prestigio o desprestigio que alcance su mayor logro: el FMI.

Y, por último, ¿qué hay de la acusación de deslealtad? Durante el Terror Rojo de la posguerra, dos antiguos miembros del partido comunista de Estados Unidos acusaron a White de ser un agente ruso y de estar pasando documentos secretos a los servicios de inteligencia soviéticos. Las pruebas para sustentar esas acusaciones siempre fueron muy endebles, pero el hecho de que los casos contra algunos amigos y colegas de White estuvieran más fundados sirvió para echar leña al fuego. La culpabilidad por asociación estaba muy de moda en aquellos tiempos.

White también resultaba sospechoso porque sus funciones en el Tesoro hicieron que estuviera en contacto frecuente con funcionarios soviéticos a lo largo de la guerra (cuando Estados Unidos y la Unión Soviética eran aliados), y sobre todo durante la planificación de la conferencia de Bretton Woods. A medida que, más recientemente, se ha ido acumulando evidencia al respecto, se ha podido constatar que, si acaso, White fue objetivo del espionaje soviético en busca de información y no un agente a su servicio.

A lo largo de su vida, White nunca buscó protagonismo. Bretton Woods le proporcionó una cierta fama, muy eclipsada por la de Keynes, y los ataques póstumos contra él mancillaron gravemente su reputación, pero, a fin de cuentas, el barómetro del valor de su legado será el prestigio o desprestigio que alcance su mayor logro: el FMI.

James M. Boughton es investigador principal del Centro de Innovación para la Gobernanza Internacional, antiguo historiador del FMI y autor de Harry Dexter White and the American Creed.

Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.