Gita Gopinath habla sobre cómo maximizar los beneficios de la inteligencia artificial y gestionar sus riesgos mediante políticas innovadoras de alcance mundial

A partir del siglo XVIII, la Revolución Industrial abrió las puertas a una serie de innovaciones que transformaron la sociedad. Puede que nos encontremos ahora en la fase inicial de una nueva era tecnológica —la era de la inteligencia artificial (IA) generativa— que podría desencadenar cambios de envergadura similar.

Evidentemente, la historia está repleta de ejemplos de tecnologías que han dejado huella, desde la imprenta y la electricidad hasta el motor de combustión interna e Internet. A menudo, se necesitaron años, por no decir décadas, para comprender el impacto de estos avances. Lo que hace única a la IA generativa es la velocidad a la cual se está propagando en la sociedad, así como su potencial para cambiar drásticamente las economías, por no hablar de redefinir el significado de la condición humana. Por esta razón, el mundo necesita acordar un conjunto de políticas públicas que garanticen el aprovechamiento de la IA para el bien de la humanidad.

El conjunto de investigaciones sobre IA, en rápida expansión, apunta a que los efectos podrían ser drásticos. En un estudio reciente, se encargó a 453 profesionales con estudios universitarios que redactaran un texto. A la mitad se les dio acceso a ChatGPT. ¿Cuál fue el resultado? ChatGPT reportó un aumento considerable de la productividad: el tiempo medio necesario para completar la tarea se redujo en un 40%, mientras que la calidad aumentó en un 18%.

De mantenerse esta dinámica a gran escala, los beneficios podrían ser ingentes. Precisamente, estudios centrados en el sector empresarial demuestran que la IA podría elevar el crecimiento anual de la productividad de la mano de obra entre 2 y 3 puntos porcentuales, en promedio; algún estudio incluso habla de 7 puntos porcentuales. Aunque resulta complicado calibrar los efectos agregados a partir de esta clase de estudios, sí que sus conclusiones generan esperanza de que pueda revertirse el descenso del crecimiento de la productividad mundial, la cual viene desacelerándose desde hace más de una década. El impulso a la productividad permitiría aumentar las rentas y mejoraría la vida de las personas en todo el mundo.

Sin embargo, dista de ser cierto que el impacto neto de la tecnología vaya a ser positivo. Por su propia naturaleza, es de esperar que la IA revolucione los mercados de trabajo. En algunos casos, podría complementar la labor de los seres humanos, incrementando incluso su productividad. En otros, vendría a reemplazar el trabajo humano, con lo que algunos puestos quedarían obsoletos. La cuestión es saber cómo se equilibrarán estas dos fuerzas.

Un nuevo documento de trabajo del FMI ahonda en este tema, y concluye que los efectos podrían variar tanto entre países como dentro de un mismo país, según el tipo de mano de obra. A diferencia de otras perturbaciones tecnológicas anteriores que afectaron principalmente las ocupaciones de baja cualificación, se prevé que la IA tenga fuertes repercusiones sobre el empleo de alta cualificación. Esto quiere decir que las economías avanzadas, como Estados Unidos y el Reino Unido, con su gran proporción de profesionales y gerentes, enfrentan una mayor exposición: al menos el 60% de su empleo se concentra en ocupaciones de alta exposición.

Por otra parte, también es de esperar que las ocupaciones de alta cualificación sean las más beneficiadas por las ventajas adicionales que ofrece la IA; por ejemplo, una radióloga que se sirve de la tecnología para mejorar su capacidad de análisis de imágenes médicas. Por estos motivos, los efectos generales podrían estar más polarizados en las economías avanzadas, en las que gran parte de los trabajadores se verían afectados, pero solo una pequeña parte se beneficiaría de la máxima productividad.

En cambio, en mercados emergentes como India, donde la agricultura ocupa un lugar preponderante, menos del 30% del empleo está expuesto a la IA. En Brasil y Sudáfrica, el porcentaje se acerca al 40%. En estos países, puede que el riesgo inmediato que plantea la IA sea menor, pero también lo son las oportunidades de que esta impulse la productividad.

Con el tiempo, la IA que genera un ahorro de mano de obra podría amenazar las economías en desarrollo más dependientes de los sectores con uso intensivo de mano de obra, sobre todo en los servicios. Sería el caso de los centros telefónicos de atención al cliente de India: las tareas que se han deslocalizado a los mercados emergentes podrían retornar a las economías avanzadas y reemplazarse mediante IA. De esta forma, la ventaja competitiva tradicional de las economías en desarrollo en el mercado mundial correría peligro, lo que podría dificultar la convergencia entre estas y las economías avanzadas.

Redefinir lo humano

Evidentemente, la IA plantea también un cúmulo de problemas éticos.

Lo extraordinario de la última ola de tecnología de IA generativa es su capacidad para condensar una ingente cantidad de conocimientos en un conjunto de mensajes convincentes. La IA no solo piensa y aprende rápido, ahora también habla como nosotros.

Esto ha perturbado profundamente a estudiosos tales como Yuval Harari. Este argumenta que, gracias a su dominio del lenguaje, la IA podría entablar relaciones estrechas con las personas, utilizando una “falsa intimidad” para influir en nuestras opiniones y visiones del mundo. Eso podría desestabilizar las sociedades, e incluso socavar nuestra comprensión básica de la civilización humana, dado que nuestras normas culturales, desde la religión hasta la nación, se basan en relatos sociales aceptados.

Resulta revelador que incluso los pioneros de la IA sean cautelosos ante los riesgos existenciales que plantea. Este año, más de 350 líderes del sector firmaron una declaración en la que pedían que se fijara como prioridad mundial la mitigación del riesgo de “extinción” debido a la IA. Con ello, equiparan el riesgo de la IA al de las pandemias y las guerras nucleares.

La IA ya se utiliza para complementar opiniones tradicionalmente emitidas por humanos. Por ejemplo, el sector de servicios financieros ha actuado con rapidez para adaptar esta tecnología a una amplia gama de aplicaciones, y la utiliza como ayuda para llevar a cabo evaluaciones de riesgos y seguros de crédito, así como para recomendar inversiones. No obstante, como ya avisa otro documento reciente del FMI, esto también presenta algunos riesgos. Como es sabido, la mentalidad de rebaño del sector financiero puede generar riesgos para la estabilidad, y un sistema financiero que dependa de solo unos pocos modelos de IA equivaldría a recetar esteroides a esta mentalidad de rebaño. Además, la falta de transparencia de esta tecnología, extremadamente compleja, dificultará el análisis de decisiones cuando las cosas salgan mal.

También preocupa la privacidad de los datos, ya que las empresas, sin saberlo, podrían pasar información confidencial al dominio público. Además, ante las graves dudas que plantea el sesgo implícito de la IA, dejar la concesión de préstamos en manos de los bots podría exacerbar la desigualdad. Huelga decir que, sin una vigilancia adecuada, las herramientas de IA podrían de hecho incrementar los riesgos para el sector financiero y minar la estabilidad financiera.

Respuestas de políticas públicas

Dado el carácter transfronterizo de la IA, se requiere urgentemente una estrategia mundial coordinada para poder desarrollarla de forma que se aprovechen al máximo las enormes oportunidades que brinda esta tecnología y, al mismo tiempo, se reduzcan a un mínimo los obvios perjuicios para la sociedad. En este sentido, se necesitarán políticas inteligentes y sólidas —que logren un equilibrio entre la innovación y la regulación— para ayudar a garantizar que la IA se utiliza para el beneficio general.

La legislación propuesta por la UE, que clasifica la IA según niveles de riesgo, constituye un avance alentador. Sin embargo, no hay sintonía a escala mundial. El enfoque de la UE en materia de IA es distinto del de Estados Unidos, que a su vez difiere del enfoque del Reino Unido y el de China. Si cada país —o bloque de países— adopta sus propios enfoques normativos o estándares tecnológicos en materia de IA, la difusión de las ventajas de la tecnología se vería frenada y, además, se avivaría la peligrosa rivalidad entre países. Lo último que queremos es que la IA profundice la fragmentación en un mundo ya de por sí dividido.

Afortunadamente, se aprecian avances. A través del Proceso de Hiroshima sobre IA del Grupo de los Siete, la orden ejecutiva para regular la IA de Estados Unidos y la Cumbre sobre la Seguridad de la IA del Reino Unido, los países han demostrado su compromiso con una actuación mundial coordinada en este ámbito, que incluye el desarrollo y, en caso necesario, la adopción de normas internacionales.

La llegada de la IA demuestra que la cooperación multilateral es más importante que nunca.

En última instancia, debemos elaborar un conjunto de principios globales para el uso responsable de la IA, que sirva para armonizar la legislación y regulación a escala local.

En este sentido, existe un paralelo con la cooperación en materia de cambio climático, un problema mundial compartido. Pese a sus limitaciones, el Acuerdo de París estableció un marco compartido para luchar contra el cambio climático, algo que también podríamos aplicar a la IA. Igualmente, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático —dedicado al seguimiento e intercambio de conocimientos sobre cómo abordar el cambio climático— podría servir de modelo para la creación de un grupo similar dedicado a la IA, como ya se ha sugerido. También me congratulo del llamamiento de la ONU a crear un órgano asesor en materia de IA en el marco del Pacto Digital Mundial, ya que sería un paso más en la dirección correcta.

Ante la amenaza de una pérdida generalizada de puestos de trabajo, también es fundamental que los gobiernos desarrollen redes de protección social ágiles para ayudar a aquellas personas cuyos empleos se vean sustituidos, y que refuercen las políticas del mercado de trabajo para ayudar a los trabajadores a permanecer activos. También deben evaluarse cuidadosamente las políticas fiscales a fin de velar por que los sistemas tributarios no favorezcan la sustitución indiscriminada de mano de obra.

Además, será esencial realizar los ajustes necesarios en el sistema educativo. Tenemos que preparar a la próxima generación de trabajadores para manejar estas nuevas tecnologías y ofrecer a los empleados actuales oportunidades de formación continua. Probablemente, la demanda de especialistas en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (CTIM) crecerá. Sin embargo, también puede aumentar el valor de una educación en humanidades, que enseñe a los estudiantes a pensar sobre los grandes interrogantes a los que se enfrenta la humanidad y a hacerlo recurriendo a diversas disciplinas.

Más allá de estos ajustes, debemos situar el sistema educativo en primera línea del desarrollo de la IA. Hasta 2014, la mayoría de los modelos de aprendizaje automático procedían del mundo académico, pero la industria ha tomado el relevo: en 2022, el sector produjo 32 importantes modelos de aprendizaje automático, mientras que el mundo académico elaboró solo tres. Como la creación de sistemas de IA de vanguardia se nutre de cantidades cada vez más grandes de datos, potencia de computación y dinero, sería un error no financiar con fondos públicos los estudios sobre IA, ya que estos podrían arrojar luz sobre los costos que entrañan para las sociedades.

Mientras los responsables políticos lidian con estos problemas, las instituciones financieras internacionales (IFI), entre ellas el FMI, pueden colaborar en tres ámbitos importantes.

En primer lugar, para elaborar las políticas adecuadas, tenemos que estar preparados para abordar los efectos más amplios de esta tecnología en nuestras economías y sociedades. Las IFI pueden ayudarnos a entender mejor estos efectos, ya que recaban conocimientos a escala mundial. El FMI está especialmente bien posicionado para ayudarnos en las actividades de supervisión. Desde aquí, estamos cumpliendo con nuestra parte, reuniendo a expertos de distintos departamentos de la organización para explorar los retos y oportunidades que la IA plantea al FMI y a nuestros países miembros.

En segundo lugar, en virtud de su poder de convocatoria, las IFI pueden crear foros para compartir las respuestas de política que han dado buenos resultados. Compartir información sobre las mejores prácticas puede ayudar a conseguir el consenso internacional, un paso importante hacia la armonización de la reglamentación.

En tercer lugar, las IFI pueden reforzar la cooperación mundial en materia de IA a través del asesoramiento de política. Para asegurarse de que todos los países se beneficien de la IA, las IFI pueden promover la libre circulación de recursos cruciales —como procesadores y datos— y respaldar el desarrollo de la infraestructura humana y digital necesaria. Será importante que las autoridades calibren cuidadosamente el uso de instrumentos públicos; deben respaldar las tecnologías en su fase inicial de desarrollo, sin inducir la fragmentación y las restricciones entre países. Seguirá siendo necesario invertir fondos públicos en IA y recursos relacionados, pero debemos evitar volver a caer en el proteccionismo.

Un futuro con IA

Debido a la singular capacidad de esta tecnología para imitar el pensamiento humano, necesitaremos desarrollar un conjunto singular de normas y políticas para asegurarnos de que beneficia a la sociedad. Y esas normas deberán tener un alcance mundial. La llegada de la IA demuestra que la cooperación multilateral es más importante que nunca.

Es un reto que nos insta a salir de nuestras propias cámaras de eco y considerar el interés general de la humanidad. Puede que sea también uno de los retos más difíciles que jamás haya enfrentado la política pública.

Si efectivamente nos encontramos al borde de una era tecnológica transformadora comparable a la Revolución Industrial, debemos aprender de las lecciones del pasado. Puede que el progreso científico y tecnológico sea inevitable, pero no tiene por qué ser accidental. No basta con progresar porque sí: mano en mano, debemos asegurar el progreso responsable hacia una vida mejor para más personas.

GITA GOPINATH es Primera Subdirectora Gerente del FMI.

Las opiniones expresadas en artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.