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Sin embargo, el orden internacional debe adaptarse a un mundo en rápida evolución

Surgidas de las cenizas de tres decenios catastróficos marcados por la desglobalización, el extremismo y las guerras mundiales, nuestras dos instituciones se construyeron basándose en la idea de que existe una estrecha relación entre un comercio internacional pujante y la prosperidad y estabilidad mundiales. En términos generales, los logros conseguidos tras la Segunda Guerra Mundial son notables. Hoy en día, menos de 1 de cada 10 habitantes del planeta es pobre, una cifra que se ha dividido por cuatro desde 1990, y los países de ingreso bajo y mediano han duplicado su participación en el comercio mundial. El aumento del comercio internacional, que se ha multiplicado por 20 desde 1960, ha sido un factor crucial detrás de este salto de los ingresos mundiales.

Sin embargo, el curso se está volviendo adverso para la interdependencia económica y el comercio internacional. Las restricciones al comercio y las subvenciones aumentaron tras la crisis financiera mundial, y las tensiones se acentuaron aún más cuando los gobiernos se apresuraron a proteger las cadenas de suministro estratégicas y a adoptar políticas que distorsionan el comercio para hacer frente a la pandemia y a la guerra de Rusia en Ucrania. Si se llevan demasiado lejos, estas medidas podrían dar lugar a políticas de alianzas que reducirían la eficiencia económica y fragmentarían el sistema mundial de comercio. Podrían resultar contraproducentes si las cadenas de suministro cortas se vuelven más vulnerables a las perturbaciones localizadas. La inversión extranjera directa ya se está concentrando cada vez más en los países geopolíticamente afines.

¿Deberíamos abandonar la idea del comercio como una fuerza transformadora positiva? Nuestra respuesta es un rotundo "no". A pesar de todo lo dicho, el comercio ha seguido aportando incluso durante las crisis recientes y encierra un gran potencial para seguir contribuyendo a mejorar los niveles de vida de la población y a crear más oportunidades económicas en los próximos decenios.

Hay al menos tres razones por las que el comercio internacional es fundamental para la prosperidad mundial. En primer lugar, aumenta la productividad al ampliar la división internacional del trabajo; en segundo lugar, permite fomentar el crecimiento económico impulsado por las exportaciones al facilitar el acceso a los mercados extranjeros; y, en tercer lugar, afianza la seguridad económica al ofrecer a las empresas y los hogares alternativas externas valiosas cuando se producen shocks negativos.

Durante la pandemia, el comercio y las cadenas de suministro se volvieron vitales para aumentar la producción y la distribución de suministros médicos, en particular las vacunas. El potencial del comercio internacional como fuente de resiliencia se ha vuelto a poner de manifiesto durante la guerra en Ucrania. Gracias a su profundidad y diversificación, los mercados internacionales de cereales permitieron suplir déficits en economías que tradicionalmente han dependido de las importaciones procedentes de Ucrania y Rusia. Etiopía, por ejemplo, perdió todas las importaciones de trigo procedentes de Ucrania y ahora obtiene el 20% de sus suministros de este cereal de Argentina, un país del que antes no importaba trigo.

Los costos de la fragmentación

En este contexto, la fragmentación podría pasarle una fuerte factura a la economía mundial. Según un estudio de la Organización Mundial del Comercio (OMC), si el mundo se dividiera en dos bloques comerciales distintos, el PIB se reduciría un 5%. El FMI, por su parte, calcula que las pérdidas mundiales derivadas de la fragmentación del comercio podrían oscilar entre un 0,2% y un 7% del PIB. Los costos pueden ser mayores si se tiene en cuenta la disociación tecnológica. Las economías de mercado emergentes y los países de ingreso bajo serían los más perjudicados por la pérdida de la transferencia de conocimientos.

Es importante reforzar el sistema comercial para salvaguardar los beneficios y evitar las pérdidas. Sin embargo, también existe un interesante y prospectivo programa de política comercial que responde al futuro del comercio internacional, que concebimos como inclusivo, ecológico y cada vez más impulsado por la tecnología digital y los servicios.

El comercio ha contribuido mucho a reducir la pobreza y la desigualdad entre países. Pero también se ha de reconocer que ha dejado atrás a demasiadas personas: los habitantes de los países ricos se han visto perjudicados por la competencia de las importaciones y los de los países pobres no han podido aprovechar las cadenas de valor mundiales; además, suelen encontrarse en el primer plano de la degradación medioambiental y las pugnas por los recursos. Como hicimos saber a las autoridades del Grupo de los Veinte en un documento conjunto de nuestras instituciones y el Banco Mundial, no tiene por qué ser así: con las políticas internas adecuadas, los países pueden aprovechar las grandes oportunidades que ofrece el comercio internacional y ayudar a los que se han quedado atrás.

Abordar estas causas subyacentes de descontento sería una forma más eficaz de resolver los problemas de la población que las intervenciones comerciales que vemos hoy en día. Desarrollar redes de protección social bien concebidas, aumentar la inversión en formación y adoptar políticas en ámbitos como el crédito, la vivienda y la infraestructura que fomenten y no dificulten el movimiento de los trabajadores entre sectores, profesiones y empresas podría ser de gran ayuda.

El actual impulso a favor del aumento de la diversificación de las cadenas de suministro presenta grandes oportunidades para los países y las comunidades que han tenido dificultades para integrarse en las cadenas de valor mundiales: la incorporación de un mayor número de ellos a las redes de producción (lo que denominamos "reglobalización") tendría efectos positivos en la resiliencia del suministro, el crecimiento y el desarrollo.

Muchos de los problemas mundiales actuales más acuciantes no se resolverán sin el comercio internacional. No podemos superar la crisis climática y alcanzar las cero emisiones netas de gases de efecto invernadero sin el comercio. Necesitamos el comercio para conseguir que la tecnología y los servicios de bajas emisiones de carbono lleguen allá donde se necesitan. Un comercio abierto y previsible reduce el costo de la descarbonización al ampliar el tamaño del mercado y propiciar las economías de escala y el aprendizaje práctico.

Por poner un ejemplo, el precio de la energía solar se ha desplomado casi un 90% desde 2010. Según estimaciones de la OMC, el 40% de este descenso es atribuible a las economías de escala logradas en parte gracias al comercio y a las cadenas de valor transfronterizas.

Las posibilidades de la cooperación

Si actualizan las normas del comercio mundial, los gobiernos pueden ayudar a fomentar el comercio en nuevos campos que multiplicarían las oportunidades, especialmente para las economías de mercados emergentes. Incluso cuando el comercio de bienes se está estancando, el comercio de servicios sigue creciendo rápidamente. Las exportaciones mundiales de servicios digitales, como los de consultoría por videollamada, alcanzaron los USD 3,8 billones en 2022, es decir, el 54% del total de las exportaciones de servicios.

Algunas iniciativas ya están en curso. Un grupo de casi 90 miembros de la OMC, entre ellos China, la Unión Europea y Estados Unidos, está negociando actualmente normas básicas aplicables al comercio digital. La existencia de normas comunes aumentaría la previsibilidad del comercio, reduciría la duplicación y recortaría los costos de cumplimiento que suelen gravar más a las empresas más pequeñas.

Del mismo modo, la cooperación multilateral y las normas comunes podrían acelerar la transición ecológica y, al mismo tiempo, evitar la fragmentación del mercado y minimizar las repercusiones negativas de las políticas en otros países. La incorporación de un mayor número de pequeñas empresas y empresas propiedad de mujeres a las redes mundiales de producción (digitales y de otro tipo) permitiría repartir más ampliamente los beneficios del comercio entre las sociedades.

A pesar de las tensiones geopolíticas, la cooperación comercial sigue siendo posible. Lo constatamos el pasado mes de junio, cuando todos los miembros de la OMC aunaron esfuerzos para alcanzar acuerdos sobre la restricción de las subvenciones a la pesca perjudiciales, la eliminación de los obstáculos a la ayuda alimentaria y la mejora del acceso a la propiedad intelectual de las vacunas de la COVID. Los gobiernos podrán seguir ampliando estos avances en la próxima reunión ministerial de la OMC, que se celebrará en febrero de 2024. Además, la reciente labor llevada a cabo por nuestras instituciones muestra una forma de apaciguar las tensiones en ámbitos delicados como las subvenciones mediante datos, análisis y perspectivas comunes sobre la formulación de las políticas.

Gestionar políticas comerciales en el difícil período actual es todo un reto. Sin embargo, mantener el comercio abierto y buscar nuevas oportunidades para estrechar la cooperación será fundamental para aprovechar los logros actuales y ayudar a encontrar soluciones al cambio climático y a otros desafíos mundiales.

El FMI, la OMC y otras importantes instituciones internacionales desempeñan un papel fundamental a la hora de trazar un camino que redunde en el interés colectivo. Debemos cooperar sin descanso para reforzar el sistema multilateral de comercio y demostrar que nuestras instituciones pueden adaptarse a un mundo en rápida evolución. El FMI tiene el mandato de apoyar el crecimiento equilibrado del comercio internacional. La OMC sigue siendo el único foro que reúne a todas las economías para fomentar la reforma del comercio. No podemos quedarnos de brazos cruzados.

KRISTALINA GEORGIEVA es Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional.

NGOZI OKONJO‑IWEALA es Directora General de la Organización Mundial del Comercio.

Las opiniones expresadas en artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.