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La historia indica que para atajar la inflación hay que fomentar el comercio internacional, no lo contrario

La actual escalada de la inflación es consecuencia de la interacción entre los trastornos de las cadenas de suministro y los abultados déficits fiscales. La pandemia, seguida de la invasión rusa de Ucrania, alteró drásticamente las cadenas de suministro y generó escasez. Los países industriales ricos respondieron a la escasez, las desigualdades y las tensiones sociales con grandes paquetes de medidas fiscales. El resultado fue una espiral en la que el incremento del gasto dio lugar a una mayor demanda, que a su vez originó más déficits. Y a esto podría seguir otra espiral negativa. El encarecimiento de los alimentos y combustibles podría ocasionar descontento, protestas e incluso revoluciones y el colapso de gobiernos en todo el mundo.

Puede parecer que la espiral inflacionaria presagia un mundo muy diferente, dividido en bloques que compiten entre sí y aplican costosas estrategias de friendshoring, las cuales suponen dirigir el comercio hacia países y regímenes aliados al tiempo que se busca poner obstáculos a los rivales. Los Estados grandes están replanteándose las ventajas de la globalización e intentan proteger los recursos que consideran vitales o estratégicos. Todos estos ingredientes se combinan en una receta para el estancamiento del crecimiento económico mundial.

Si bien la globalización ha sido objeto de ataques en el último tiempo, la historia da a entender que podría no ser el blanco adecuado a la hora de renovar las políticas y que la globalización ofrece un antídoto contra las espirales inflacionarias. Las crisis de hambre de mediados del siglo XIX y la crisis del petróleo de la década de 1970 desataron, en un primer momento, intensas olas de inflación a nivel mundial. En ambos casos, nuevas tecnologías alteraron radicalmente los sistemas mundiales de suministro, lo que amplió la globalización y dio lugar a largos períodos de desinflación. De ese modo, la inflación galopante finalmente llevó al mundo a una mayor globalización, y no a una menor, que aportó amplias ventajas.

Es probable que las mismas fuerzas entren en juego hoy en día. El entorno favorable de precios de principios del siglo XXI fue el resultado de mejores políticas de los bancos centrales, pero también reflejó la apertura de los mercados mundiales de bienes y trabajo. La existencia de un mercado mundial de trabajo provocó la baja de los salarios en los países ricos, al tiempo que los países más pobres buscaban la estabilidad monetaria para poder acceder a los mercados mundiales sin perturbaciones.

Las autoridades económicas y el mundo académico identificaron la relación entre la globalización y la transición hacia la inflación baja en todo el mundo: en primer lugar, en los países industriales ricos, luego en los mercados emergentes de Asia y, por último, incluso en América Latina, donde la inflación había sido un modo de vida. En 2005, el entonces presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, afirmó que la globalización y la innovación eran “elementos esenciales de cualquier paradigma capaz de explicar los acontecimientos de los últimos 10 años”, o lo que se denominó la Gran Moderación. Posteriormente, en 2021, el actual presidente de la Reserva Federal, Jay Powell, hizo referencia a “fuerzas desinflacionarias sostenidas, como la tecnología, la globalización y, probablemente, factores demográficos”.

Existe un patrón histórico según el cual la globalización impulsa la desinflación. Lo que generalmente se considera la primera era de la globalización moderna comenzó a mediados del siglo XIX con las crisis de hambre, y se vio interrumpida por la Primera Guerra Mundial, seguida de la Gran Depresión. Más tarde, en la década de 1970, surgió un nuevo estilo de globalización. Ambos puntos de inflexión —tanto en las décadas de 1840 y 1850 como en la de 1970— comenzaron con situaciones de escasez y auges inflacionarios (véanse los gráficos 1 y 2).

Tecnologías transformadoras

En ambos casos, los avances tecnológicos en el ámbito del transporte promovieron una globalización innovadora. La máquina de vapor fue la que permitió abrir continentes con ferrocarriles y surcar océanos con barcos de vapor. Tras la década de 1970, el contenedor de transporte redujo notablemente los costos de envío de mercancías. Pero, en realidad, esos inventos se habían creado bastante tiempo antes. Matthew Boulton y James Watt ya construían máquinas de vapor operativas en la década de 1770, y el primer buque portacontenedores apareció en 1931.

En cada caso fue necesario un shock drástico para convertir ideas intrigantes en tecnologías transformadoras: las crisis de hambre de mediados del siglo XIX y luego el aumento de los precios del petróleo en la década de 1970. Las disrupciones ocasionadas por los grandes incrementos de los precios son las que crearon las circunstancias necesarias para reconocer el poder transformador de las innovaciones. Los grandes beneficios solo se obtuvieron al atravesar situaciones de escasez.

La adopción generalizada de las innovaciones dependió de decisiones en materia de políticas, empezando por la eliminación de los obstáculos al comercio. Al revolucionarse el gobierno, las autoridades públicas asumieron muchas más tareas relacionadas con la gestión de la economía, incluidas la orientación del curso de la liberalización del comercio y la redacción de leyes que marcaron nuevos rumbos para la actividad empresarial. En el siglo XIX, el ámbito de los negocios se reestructuró mediante nuevas formas de empresas, como las sociedades anónimas de responsabilidad limitada y los bancos universales que movilizaban capital de maneras novedosas. La combinación de nuevos suministros de oro y la innovación bancaria produjo auges monetarios y de precios.

La estabilidad de los precios y el orden monetario se restituyeron y propiciaron un consenso en torno a un marco monetario estable y aplicable a nivel internacional, ya que los países buscaban un mecanismo que les permitiera atraer capitales o globalizarse aún más. En el siglo XIX, ese mecanismo fue el patrón oro. A finales del siglo XX, fue la estrategia moderna de fijación de metas de inflación por parte de los bancos centrales. A esto siguió una nueva visión de estabilización monetaria y refocalización del gobierno en tareas esenciales.

¿Es realista esperar que se repita la misma dinámica hoy? Históricamente, la respuesta inicial a una situación de volatilidad amenazante ha sido correr en la dirección contraria y buscar una mayor autosuficiencia. Sin embargo, ese camino rara vez lleva a buen puerto. Aumenta los costos y azuza la inflación, y hace que las soluciones atractivas sean más difíciles de aplicar. En particular, los interrogantes sobre el diseño institucional —cómo redactar nuevas leyes empresariales, administrar las adquisiciones públicas o utilizar nuevos sistemas financieros— no son fáciles de responder. Las tecnologías innovadoras exigen una importante labor de aprendizaje, en la que la experiencia de otros países resulta invaluable.

Consecuencias políticas

Durante las transiciones anteriores, eran pocas las personas que se sentían a gusto, ya que había inestabilidad. A mediados del siglo XIX se produjeron derrocamientos de gobiernos en todo el mundo, y no fue inmediatamente evidente que los sucesores fueran mejores, más competentes o más eficaces. Necesitaban aprender. En la década de 1970, existía una duda generalizada y corrosiva sobre la viabilidad de la democracia. El mundo contempló múltiples crisis cuya complejidad se asemeja a la de las crisis actuales. Pero hubo una salida. Las sociedades, los votantes y, en consecuencia, los dirigentes políticos comenzaron a hacer comparaciones con ajustes y experimentos de otros lugares. A mediados del siglo XIX, y también en la década de 1970, pronto quedó claro que a los gobiernos que no se abrían al mundo no les iba tan bien como a otros.

Ya hay indicios del proceso de aprendizaje actual. Por circunstancias fortuitas de su sistema político, el Reino Unido comenzó un proceso de desvinculación política, normativa y económica en 2016 a partir de la votación del brexit. Para 2022, los costos eran mucho más evidentes, y la alternativa radical de tratar de impulsar un crecimiento independiente fracasó rotundamente en el breve gobierno de la Primera Ministra Liz Truss. El Reino Unido se convirtió en un ejemplo de lo que no se debe hacer. Los movimientos populistas antiglobalización de toda Europa que, en un primer momento, se habían visto cautivados por el atractivo de una postura anti Unión Europea, retrocedieron rápidamente.

James Chart1

James Chart 2

Hoy en día, están aumentando las protestas contra las autocracias y las democracias por igual. Un tema común es el descontento con las actuales formas de gestionar las pandemias, las guerras e incluso la tecnología de la información.

Al mismo tiempo, podemos vislumbrar las nuevas tecnologías que producirán un mejor crecimiento y una capacidad superior para afrontar la amplia gama de problemas contemporáneos, relativos a la salud, la política energética, el clima e incluso la seguridad. Todos ellos exigen medidas y coordinación transfronterizas. Los equivalentes a la máquina de vapor o al buque portacontenedores son los avances científicos que ya existen. Por ejemplo, la vacuna de ARN mensajero ya venía desarrollándose lentamente desde la década de 1990, sobre todo como respuesta a enfermedades tropicales poco frecuentes. Luego su uso contra la COVID-19 proporcionó un modelo y actualmente se está aplicando para el tratamiento de otras enfermedades, en especial algunos tipos de cáncer.

Del mismo modo, las posibilidades técnicas de la medicina o la educación a distancia ya existían mucho antes de la pandemia. Ante las necesidades, su aplicación se volvió rápidamente algo habitual y dio inicio a una revolución que podría facilitar un acceso más amplio y económico. El teletrabajo —incluso a través de las fronteras políticas— es el equivalente a las revoluciones de las comunicaciones del pasado. La aplicación de la tecnología de la información hace que podamos comunicarnos más al tiempo que nos movemos menos.

Una forma inicial de globalización centrada en torno a la Revolución Industrial dio lugar al intercambio de bienes manufacturados provenientes de unos pocos países por materias primas de muchos países del resto del mundo. La década de 1970 fomentó la globalización con cadenas de suministro cada vez más complejas. Las crisis actuales están generando un tipo de globalización diferente, determinada por los flujos de información. Se observarán marcados contrastes en cuanto a la competencia con que las sociedades responderán a la nueva revolución de datos. La dinámica actual de la globalización podría crear una revolución de la optimización de los sistemas, y lograr así que el resultado de los cambios técnicos anteriores sea menos costoso y más accesible. En ese sentido, la globalización es la verdadera Ley de reducción de la inflación.

HAROLD JAMES es profesor de Historia y Asuntos Internacionales de la Universidad de Princeton e historiador del FMI.

Las opiniones expresadas en artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.