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LA DISCRIMINACIÓN DE GÉNERO y los consiguientes sesgos y barreras al avance profesional son realidades perjudiciales para muchas mujeres que trabajan, y la profesión económica no es una excepción. Casi la mitad de las mujeres que respondieron a una encuesta realizada en 2019 por la Asociación Estadounidense de Economía (AEA, por su sigla en inglés) dijeron que habían sido discriminadas por su género, en comparación con solo 3% de los hombres encuestados, y en los programas de doctorado en Economía de Estados Unidos los estudiantes masculinos superan a las estudiantes femeninas en una proporción de 2 a 1. Estas estadísticas trazan un panorama funesto para los “científicos funestos”. El convincente y bien documentado libro de Ann Mari May, Gender and the Dismal Science [El género y la ciencia funesta], ofrece una rica narrativa histórica sobre las arraigadas fuentes de tales brechas de género.

Basándose en archivos de la AEA y una amplia gama de datos empíricos, May hace un seguimiento de la evolución de normas sociales y barreras institucionales, así como de la manifiesta exclusión y discriminación en las contrataciones y promociones, publicaciones y participación en asociaciones profesionales. Entretejiendo las historias de mujeres pioneras —o, según su expresión, “tenaces luchadoras”— May también incorpora perspectivas personales y relatos de triunfo.

En su obra May abarca desde finales del siglo XIX hasta el período posterior a la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos, y analiza a fondo los cimientos y la evolución de la discriminación de género. Al disminuir la matriculación masculina en universidades y colegios universitarios durante la Guerra Civil de Estados Unidos, y al graduarse más niñas que niños de la escuela secundaria, la presión para permitir que las mujeres se matricularan fue en aumento. Pero muchas universidades se mostraron reacias a admitir mujeres, considerando su presencia como un “experimento peligroso” o como algo que suponía un desafío directo a los medios de subsistencia de los hombres. Las primeras estudiantes de Economía enfrentaron retos tales como segregación en el aula, acceso desigual a bibliotecas y laboratorios, y dudas acerca de su capacidad inherente para completar un curso académico riguroso.

Tras obtener sus títulos, las mujeres que buscaban empleo en el campo de la Economía seguían tropezando con obstáculos y situaciones de exclusión. Los datos analizados por May sobre los miembros de la AEA, a partir de 1886, muestran una vasta brecha en la representación profesional: las mujeres constituían solo el 5% del conjunto de afiliados durante las primeras seis décadas de existencia de la asociación. Las normas sociales y las opiniones sobre la incompatibilidad del matrimonio con una carrera académica frustraban aún más los esfuerzos de las mujeres para contribuir plenamente al campo de la Economía. Las mujeres también luchaban para publicar trabajos en revistas académicas, y en su análisis empírico de las publicaciones realizadas en American Economic Review y Quarterly Journal of Economics May examina la importancia de las redes de contactos, algo a lo que las mujeres sin duda no tenían acceso. Y a través de los capítulos, May considera con suma atención la importancia de la interseccionalidad, ofreciendo estadísticas que invitan a reflexionar sobre cómo las mujeres de color han sido marginalizadas y siguen estando muy subrepresentadas en el ámbito de la Economía.

Al final del libro, May logra convencer al lector de confrontar la desconexión entre una profesión que durante mucho tiempo ha estudiado los efectos perjudiciales de los monopolios y la discriminación y la realidad de que esa profesión está plagada de ambas cosas. Las historias de las defensoras y “tenaces luchadoras” deberían inspirar a todos los economistas, sin importar su género, a derribar los muros y romper los techos de cristal y a procurar diversificar una profesión demasiado homogénea.

LISA KOLOVICH, Economista Principal en el Departamento de Estrategia, Políticas y Evaluación del FMI y coautora del estudio “IMF Strategy Toward Mainstreaming Gender”.

Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.