Muchos países se encuentran atenazados por intereses cada vez más onerosos y cuantiosos pagos de deudas. Las cicatrices económicas que dejó la pandemia, los conflictos en el mundo entero y la abrupta alza de las tasas de interés internacionales han golpeado con especial dureza a los países de ingreso bajo. El país de ingreso bajo mediano gasta hoy más del doble que hace 10 años en el servicio de la deuda con acreedores extranjeros como proporción del ingreso nacional: de 6% hace una década a alrededor de 14% a fines de 2023. Tras años de fuerte endeudamiento, los reembolsos de deuda de los países de ingreso bajo a corto plazo prácticamente triplican el promedio a largo plazo: unos USD 60.000 millones frente a un promedio anual de USD 20.000 millones entre 2010 y 2020.
Gracias a la mejora de los procesos entablados con los acreedores, promovida por comités de acreedores, la Mesa Redonda Mundial sobre Deuda Soberana, el Grupo de los Veinte y el Club de París, entre otros, la reestructuración de la deuda soberana se ha agilizado y los plazos de reestructuración se han abreviado. Todo esto, sin embargo, no basta para acelerar estos procesos y quitarle espacio a la incertidumbre.
Aunque por el momento hemos logrado evitar una crisis de deuda sistémica, el aumento de los pagos de intereses y los reembolsos de deuda están asfixiando el crecimiento y el empleo, y —en paralelo— sometiendo las finanzas públicas de numerosos países a presiones significativas. Esta situación se da en un momento en que los países necesitan inversiones críticas para lograr un crecimiento económico sostenible e inclusivo y para adaptarse al cambio climático. Desatendidas, estas presiones de liquidez podrían engendrar problemas de solvencia en muchos países vulnerables. En otras palabras, la compresión de las finanzas públicas podría transformarse en una crisis de deuda, con implicaciones sustanciales para el crecimiento, la creación de puestos de trabajo y la pobreza.
Para evitarla, la comunidad internacional debe actuar ya.
A fin de asistir a los países de ingreso bajo y a otros países vulnerables que buscan aliviar estas presiones, el FMI y el Banco Mundial proponen, conjuntamente, un programa de medidas que pretenden abrir más espacio en los presupuestos públicos para apuntalar el crecimiento y afianzar la resiliencia.
La propuesta se fundamenta en tres pilares:
- Pilar 1: Movilización de recursos internos. Este proceso permite a los gobiernos estimular el crecimiento y el empleo y generar espacio fiscal. Nuestra nueva Iniciativa de Movilización de Recursos Internos proporcionará asistencia en forma de asesoramiento en materia de políticas y fortalecimiento de las capacidades para que los países puedan poner en marcha las reformas necesarias. Esto implica secuenciar reformas para acelerar el crecimiento económico y la creación de empleos, fortaleciendo al mismo tiempo la gobernanza y atacando la corrupción, utilizando como guía el aprendizaje mutuo y las experiencias multinacionales. También apunta a mejorar la eficacia del gasto público, engrosar el ingreso nacional para atender necesidades prioritarias y crear mercados financieros internos que permitan canalizar el ahorro hacia fines productivos.
- Pilar 2: Respaldo internacional. El apoyo financiero puede ayudar a los países a atender sus necesidades en medio de importantes reformas. Se necesitará respaldo de socios bilaterales y multilaterales en el desarrollo, volcado, entre otras cosas, en donaciones y financiamiento de menor costo. Muchos países sometidos a presiones de refinanciamiento necesitarán flujos netos positivos durante los próximos años. El FMI y el Banco Mundial son importantes participantes en este proyecto colectivo. Este es un año crítico para llevar a buen término la vigésima primera reposición de los recursos de la Asociación Internacional de Fomento del Banco Mundial y el examen del Fondo Fiduciario para el Crecimiento y la Lucha contra la Pobreza del FMI.
- Pilar 3: Aligerar la carga del servicio de la deuda. Es preciso encontrar nuevas soluciones para dar apoyo a los países que no sufren problemas de solvencia pero que tienen que manejar pesadas cargas de servicio de la deuda; por ejemplo, mecanismos con socios multilaterales o bilaterales para movilizar financiamiento nuevo y asequible —entre otras fuentes, del sector privado— potenciando el crédito para refinanciar la deuda contraída. Los países podrían realizar operaciones de gestión de pasivos, como canjes de deuda por financiamiento para el desarrollo y recompras de deuda.
Haremos más precisas estas opciones antes de las Reuniones Anuales del FMI y del Banco Mundial programadas para octubre próximo, a través de la labor de la Mesa Redonda Mundial sobre la Deuda Soberana y otros foros.
En definitiva, estos pilares están pensados para aliviar problemas de liquidez. Al impulsar un conjunto de medidas con la participación de múltiples agentes podemos promover soluciones concertadas y contribuir a crear condiciones propicias para un crecimiento y una resiliencia perdurables.