[caption id="attachment_14362" align="alignleft" width="1024"] (foto: IMF PHOTOS/Cory Hancock)[/caption]
La pandemia de COVID-19 sigue propagándose, con la trágica pérdida hasta el momento de más de un millón de vidas. La convivencia con el nuevo coronavirus ha supuesto un reto sin igual, aunque el mundo se está adaptando. Como resultado del relajamiento de los confinamientos y el rápido despliegue a una escala sin precedentes del apoyo de política de los bancos centrales y los gobiernos de todo el mundo, la economía mundial está resurgiendo desde las profundidades en las que cayó en el primer semestre de este año. El empleo ha repuntado en parte tras haberse desplomado durante el punto máximo de la crisis.
Sin embargo, esta crisis está lejos de haber terminado. El empleo sigue estando muy por debajo de los niveles anteriores a la pandemia y el mercado laboral se ha polarizado todavía más, siendo los trabajadores de bajos ingresos, los jóvenes y las mujeres los más afectados. Los pobres son cada vez más pobres, y se espera que cerca de 90 millones de personas caigan este año en situación de extrema pobreza. El camino cuesta arriba para superar este desastre será largo, desigual y muy incierto. Es fundamental que, en la medida de lo posible, el apoyo fiscal y monetario no se retire prematuramente.
En nuestras últimas Perspectivas de la economía mundial (informe WEO), volvemos a proyectar una recesión profunda en 2020. Se proyecta que el crecimiento mundial será de -4,4%, una revisión al alza del 0,8 puntos porcentuales respecto a nuestra actualización de junio. Esta actualización se debe a resultados un poco menos alarmantes en el segundo semestre, así como a ciertas señales de una recuperación más fuerte en el tercer trimestre, que se compensan en parte con las revisiones a la baja en algunas economías emergentes y en desarrollo. Se proyecta que el crecimiento en 2021 repunte hasta el 5,2%, —0,2 puntos porcentuales por debajo de nuestra previsión de junio.
Excepto para China, donde se prevé que el producto supere este año los niveles de 2019, se proyecta que, tanto en las economías avanzadas como en las economías de mercados emergentes y en desarrollo, el producto se mantenga por debajo de los niveles de 2019, incluso el próximo año. Los países más dependientes de servicios que requieren un contacto intensivo y los exportadores de petróleo afrontan una recuperación más débil en comparación con las economías manufactureras.
Se proyecta que la divergencia en las perspectivas de ingreso entre las economías avanzadas y las economías emergentes y en desarrollo (sin incluir China), desencadenada por esta pandemia, empeore. Mejoramos nuestras previsiones para las economías avanzadas en 2020, hasta un -5,8%, seguido en 2021 de un repunte en el crecimiento, hasta el 3,9%. Hemos revisado a la baja el crecimiento de los países en desarrollo y de mercados emergentes (sin incluir China), con una proyección del -5,7% en 2020 y una recuperación posterior en 2021, de hasta el 5%. De esta manera, se prevé que, en el período 2020—21, el crecimiento acumulado del ingreso per cápita en las economías en desarrollo y de mercados emergentes (sin incluir China) sea inferior al de las economías avanzadas.
Es probable que esta crisis genere daños permanentes a mediano plazo, ya que los mercados laborales necesitarán tiempo para recuperarse, la incertidumbre y los problemas en los balances han frenado la inversión y el capital humano se verá afectado por la pérdida de períodos de escolarización. Tras el repunte en 2021, se prevé que el crecimiento mundial se vuelva más lento de forma gradual hasta el 3,5% a mediano plazo. Se proyecta que la pérdida de producto en términos acumulados, en relación con la trayectoria proyectada antes de la pandemia, crezca desde los 11 billones en el período 2020—21 hasta los 28 billones en 2020—25. Esto representa un grave contratiempo para la mejora de los niveles de vida promedio en todos los grupos de países.
Sigue existiendo una gran incertidumbre en torno a las perspectivas, tanto con riesgos al alza como a la baja. El virus está resurgiendo y se están restableciendo confinamientos localizados. Si esta situación empeora y las perspectivas de tratamientos y vacunas se deterioran, el daño a la actividad económica sería grave y se vería amplificado por intensas turbulencias en los mercados financieros. Las restricciones al crecimiento del comercio y la inversión y el aumento de la incertidumbre geopolítica podrían perjudicar la recuperación. Por el lado positivo, la disponibilidad más extendida y rápida de pruebas, tratamientos y vacunas, así como los estímulos adicionales de política económica, mejorarían significativamente los resultados.
El considerable apoyo fiscal a escala mundial, de casi USD 12 billones, y los amplios recortes de las tasas, las inyecciones de liquidez y las compras de activos por parte de los bancos centrales, han contribuido a salvar vidas y medios de vida, así como a evitar una catástrofe financiera.
Se necesitan más medidas
Todavía queda mucho por hacer para garantizar una recuperación sostenida. En primer lugar, es necesaria una mayor colaboración internacional para terminar con esta crisis sanitaria. Se están realizando grandes avances en el desarrollo de pruebas, tratamientos y vacunas, pero solo si los países colaboran estrechamente habrá una producción suficiente y una distribución generalizada en todas las partes del mundo Estimamos que si se dispone de soluciones médicas con mayor rapidez y de forma más extendida que en nuestro escenario base, el ingreso mundial en términos acumulados podría incrementarse en casi USD 9 billones de aquí a 2025, aumentando los ingresos de todos los países y reduciendo la divergencia de ingresos.
En segundo lugar, en la medida de lo posible, las políticas deben centrarse con firmeza en evitar que la crisis genere un daño económico persistente. Los gobiernos deben continuar ofreciendo apoyo a los ingresos a través de transferencias monetarias focalizadas, subsidios salariales y seguros de desempleo. Para evitar quiebras a gran escala y asegurar que los trabajadores puedan volver a empleos productivos, las empresas vulnerables que sean viables deben seguir recibiendo apoyo —donde sea posible— a través de aplazamientos del pago de los impuestos, moratorias del servicio de la deuda e inyecciones asimilables a capital social.
Con el tiempo, a medida que la recuperación se fortalezca, las políticas deben reorientarse para facilitar la reasignación de trabajadores desde sectores con probabilidad de contraerse a largo plazo (viajes) hacia sectores de crecimiento (comercio electrónico). Durante este ajuste, debe apoyarse a los trabajadores con transferencias de ingreso, programas de reorientación laboral y adquisición de nuevas aptitudes. El apoyo a la reasignación también requerirá medidas para acelerar los procedimientos de quiebra y los mecanismos de resolución, con el fin de afrontar con eficiencia las insolvencias de las empresas. El impulso a la inversión pública en infraestructuras verdes en un momento de bajas tasas de interés y alta incertidumbre puede aumentar de forma importante la disponibilidad de empleos y acelerar la recuperación, al tiempo que puede servir como un importante paso inicial hacia la reducción de las emisiones de carbono.
Las economías de mercados emergentes y en desarrollo tienen que gestionar la crisis con menos recursos, ya que muchas de ellas están limitadas por una deuda elevada y costos de endeudamiento mayores. Estas economías deberán priorizar el gasto crítico en salud y las transferencias a los pobres, así como garantizar una eficiencia máxima. También necesitarán que continúe el apoyo en forma de donaciones internacionales y financiamiento concesionario y, en algunos casos, de alivio de la deuda. Donde no sea sostenible, la deuda debe reestructurarse cuanto antes y liberar fondos para afrontar esta crisis.
Por último, las políticas deben diseñarse con la vista puesta en situar las economías en trayectorias de crecimiento más fuerte, equitativo y sostenible. La distensión de la política monetaria a escala mundial, si bien es fundamental para la recuperación, debe complementarse con medidas para evitar la acumulación de riesgos financieros a mediano plazo, y debe garantizarse la independencia de los bancos centrales a toda costa. El necesario gasto fiscal y la caída del producto han llevado los niveles mundiales de deuda soberana a un máximo histórico del 100% del PIB mundial. Aunque las bajas tasas de interés, junto con el repunte del crecimiento que se proyecta en 2021, estabilizarán los niveles de deuda de muchos países, sería beneficioso contar con un marco fiscal a mediano plazo que aporte confianza en la sostenibilidad de la deuda. En el futuro, los gobiernos deberían aumentar la progresividad de sus impuestos para que las empresas paguen su parte correspondiente de impuestos, así como eliminar gastos innecesarios.
Las inversiones en salud, infraestructuras digitales, infraestructuras verdes y educación pueden contribuir a lograr un crecimiento productivo, inclusivo y sostenible. También, la ampliación de las redes de protección donde existen deficiencias aseguraría que los más vulnerables estén protegidos mientras se apoya la actividad a corto plazo.
Esta crisis es la peor desde la Gran Depresión y, para la recuperación de este desastre, será necesaria una innovación importante en el frente de las políticas, tanto a nivel nacional como internacional. Los retos son desalentadores. Pero existen razones para ser optimista. La excepcional respuesta de política económica, que incluye el establecimiento del fondo de recuperación de la pandemia de la Unión Europea y el uso de tecnologías digitales para proporcionar asistencia social, es un importante recordatorio de que las políticas diseñadas correctamente protegen a las personas y al bienestar económico colectivo. En el FMI hemos proporcionado financiamiento con una rapidez sin precedentes a 81 miembros desde el inicio de la pandemia, hemos otorgado alivio de la deuda y hemos pedido que se prolongue la suspensión del servicio de la deuda para países de bajo ingreso y una reforma de la arquitectura internacional de la deuda. Sobre la base de estas medidas, las políticas para la próxima fase de la crisis deben buscar mejoras estables de la economía mundial que generen un futuro próspero para todos.