(Versión en English)
La reanudación del crecimiento sólido, sostenible, equilibrado e inclusivo que los líderes del Grupo de los Veinte solicitaron en Hangzhou en septiembre aún es esquiva. El crecimiento mundial sigue siendo débil, aun cuando no se observa una desaceleración apreciable en el último trimestre. En el nuevo informe sobre las Perspectivas de la economía mundial (informe WEO) se prevé una desaceleración en el grupo de economías avanzadas en 2016, que se compensa con un repunte en las economías emergentes y desarrollo. En conjunto, la economía mundial ha registrado un movimiento lateral. Si no se adoptan políticas enérgicas para respaldar la actividad económica a corto y largo plazo, existe el riesgo de que se perpetúe un crecimiento magro en torno a los niveles recientes, debido a las fuerzas económicas y políticas negativas que está desencadenando.
Proyectamos un crecimiento del producto mundial de 3,1% en 2016 y 3,4% en 2017, como a principios de julio, poco después del voto en el Reino Unido a favor de abandonar la Unión Europea, el denominado "brexit". Sin embargo, dentro de este panorama general, hemos revisado ligeramente a la baja las proyecciones para 2016 con respecto a las economías avanzadas, mientras que hemos revisado al alza las del resto del mundo. Las perspectivas para 2017 para ambos grupos de países no muestran cambios. A mediano plazo, si bien esperamos que en las economías avanzadas el crecimiento siga una trayectoria decepcionantemente baja, en las economías de mercados emergentes y en desarrollo se registraría una aceleración a medida que los principales países cuya economía se está contrayendo se estabilicen y retomen sus trayectorias de crecimiento a largo plazo.
Incluso este panorama más detallado oculta importantes diferencias dentro de los grupos de países. En Estados Unidos la tasa de crecimiento ha sido menor de lo esperado en 2016, pero se compensó en parte con tasas ligeramente más altas de lo esperado en Europa y Japón. Fuera de las economías avanzadas, a las economías emergentes de Asia les ha ido mejor, en tanto que en su conjunto la economía de África subsahariana se ha visto afectada negativamente por la situación en los grandes exportadores de materias primas, pese a que una serie de países más pequeños se ven beneficiados por el abaratamiento de las materias primas.
¿Por qué no podemos darnos por satisfechos con las tasas de crecimiento recientes? Si no hay cambios en otros aspectos, la tendencia a que el producto mundial se desplace de las economías maduras y de crecimiento relativamente lento hacia las economías emergentes y en desarrollo debería elevar la tasa de crecimiento mundial a lo largo del tiempo. Pero no es eso lo que ha ocurrido.
En comparación con los promedios de 1998-2007, actualmente se proyecta que el crecimiento potencial a largo plazo será menor en todas las regiones, y las tasas de crecimiento actuales son aún más bajas en gran parte del mundo, sobre todo en las economías de mercados emergentes y en desarrollo. Es cierto que parte de este declive del crecimiento a largo plazo obedece a las tendencias demográficas y a fenómenos del período anterior imposibles de sostener: la explosión inicial de la productividad debido a la revolución de la tecnología de la información y las comunicaciones, el fuerte crecimiento de China y un ciclo de expansión financiera mundial que culminó en una grave recesión de alcance internacional. Aun así, persisten brechas del producto negativas generalizadas, y la crisis ha dejado como legado un cóctel de factores (fuerte sobreendeudamiento, préstamos en mora en los libros de los bancos, presiones deflacionarias, baja inversión y erosión del capital humano) que interactúan entre sí y siguen deprimiendo los niveles de crecimiento potencial. Debido a que los inversores y los consumidores pueden actuar con mayor cautela cuando temen que el crecimiento del ingreso se estanque por más tiempo, el crecimiento efectivo también puede disminuir.
Estos mecanismos autovalidantes podrían revertirse si la demanda mundial fuera mayor. Pero hasta ahora la respuesta a través de las políticas ha sido desequilibrada y se ha basado en exceso en los bancos centrales. Los mercados temen que no haya margen para que las políticas contrarresten el próximo gran shock económico negativo.
A esto se suman las repercusiones políticas de un crecimiento persistentemente bajo. El hecho de que la recuperación de la crisis haya sido lenta e incompleta afecta especialmente a aquellos países donde la distribución del ingreso sigue favoreciendo en gran medida a los grupos de ingresos más altos, lo cual deja poco margen para que progresen los grupos de menores ingresos. La consecuencia en algunos países más ricos ha sido un movimiento político que culpabiliza a la globalización de todos los males y de alguna manera busca amurallar la economía frente a las tendencias mundiales en lugar de entablar un diálogo en cooperación con las naciones extranjeras. El brexit es solo uno de los ejemplos de esta tendencia.
En resumen, el crecimiento ha sido demasiado bajo durante demasiado tiempo, y en muchos países los beneficios de ese crecimiento se han concentrado en muy pocos, generando repercusiones políticas que probablemente depriman aún más el crecimiento mundial.
Estas inquietudes ponen de relieve los riesgos a que están sujetas nuestras proyecciones, que siguen inclinándose a la baja. La recuperación que se presume a partir de 2017 podría verse desbaratada por varios factores que podrían interactuar: una transición en China con sobresaltos, nuevas caídas pronunciadas de los precios de las materias primas, un endurecimiento de las condiciones financieras mundiales o un fuerte aumento de las barreras comerciales. Podrían avivarse las tensiones geopolíticas, agravando las crisis humanitarias que ya se observan en Oriente Medio y África y complicando aún más la formulación de políticas.
Integral, coherente y coordinado
Un factor positivo sería que muchos países adoptaran políticas integrales, coherentes y coordinadas que aprovechen las sinergias entre los instrumentos, plazos y países para lograr que el crecimiento sea más alto y más inclusivo. Esta estrategia se explica en el Documento de Análisis del Personal Técnico del FMI que se publicó la semana pasada. Las políticas integrales se basan en tres pilares: políticas estructurales y fiscales que respalden la política monetaria; a su vez, una política monetaria que potencie al máximo los efectos expansivos de las reformas estructurales, y una política fiscal activa. Si las políticas son coherentes y se comunican correctamente se potencia el efecto de la estabilización de las expectativas. La coordinación entre los países, como en el Plan de Acción de Brisbane de 2014 sobre medidas estructurales, genera efectos secundarios beneficiosos, con lo cual el todo resulta mayor que la suma de las partes. Si se adopta ampliamente este enfoque general de tres pilares que recomienda el FMI, es posible elevar el crecimiento ahora. También podría servir como defensa frente a un shock mundial negativo, limitando el consiguiente daño a las finanzas públicas, si se lo implementa a mayor escala.
En lo que respecta a las políticas estructurales, es especialmente importante renovar el compromiso de reducir las barreras comerciales, contrariando las tendencias actuales. Al mismo tiempo, los gobiernos deben reconocer la necesidad de fortalecer la resiliencia de los mercados de trabajo, eliminar obstáculos que traban el ingreso a los mercados de productos y servicios y facilitar la adaptación en el caso de los más vulnerables a los cambios generados por la tecnología, el comercio y las reformas estructurales. También a este respecto las autoridades de política económica pueden transmitir una señal muy clara y lograr mayor impacto actuando de manera coordinada.