(Versión en English)
El tamaño actual de la brecha entre ricos y pobres es el más grande que se ha registrado en décadas en los países avanzados, y la desigualdad también está en aumento en los principales mercados emergentes (gráfico 1). Cada vez está más claro que estas circunstancias tienen profundas implicaciones económicas.
Según investigaciones previas del FMI, la desigualdad del ingreso es perjudicial para el crecimiento y su sostenibilidad. Nuestro nuevo estudio demuestra que lo que incide en el crecimiento no es solo la mera desigualdad del ingreso, sino la propia distribución del ingreso.
En concreto, se observa que si en un país los ricos se enriquecen un punto porcentual, eso reduce el crecimiento del PIB del país a lo largo de los cinco años siguientes 0,08 puntos porcentuales, mientras que si los pobres y la clase media se enriquecen un punto porcentual, eso puede elevar crecimiento del PIB hasta 0,38 puntos porcentuales (gráfico 2). Dicho de forma sencilla, al elevar los ingresos de los pobres y la clase media se puede ayudar a mejorar las perspectivas de crecimiento para todos.
¿Por qué sucede esto?
Una posible explicación es que los pobres y la clase media tienden a consumir una mayor fracción de su ingreso que los ricos. Si fluye más dinero a estos segmentos de la sociedad, estos consumirán en lugar de ahorrar, elevando así la demanda y dando un impulso al crecimiento agregado a corto plazo. Es decir, los pobres y la clase media son los motores fundamentales del crecimiento. Pero como la desigualdad está en aumento, esos motores están perdiendo potencia.
A más largo plazo, una desigualdad persistente significa que los pobres y la clase media tendrán menos oportunidades para instruirse, reforzar sus aptitudes e ir en busca de sus sueños empresariales, y el resultado, la productividad de la mano de obra y el crecimiento se ven mermados.
Factores en juego
La desigualdad ha estado reduciéndose en ciertos focos de prosperidad en América Latina, África subsahariana, Oriente Medio y el Norte de África. Pero incluso en estas regiones no hay mucho margen para ser complacientes, dada la desigualdad generalizada en lo que se refiere a acceso a la educación, servicios de salud y finanzas. En África subsahariana y el mundo árabe, por ejemplo, alrededor de la mitad de los segmentos más pobres de la población tienen menos de cuatro años de instrucción (gráfico 3). En términos más generales, en los países en desarrollo los pobres tienen escaso acceso a servicios de salud y financieros.
Además de analizar las consecuencias de la desigualdad, nuestro estudio también examina algunas de las causas. Los resultados indican que la creciente desigualdad del ingreso obedece a muchos factores comunes, que van más allá del grado de desarrollo económico del país. Uno de esos factores es el cambio tecnológico, que puede elevar la demanda de mano de obra calificada a costa de la menos calificada, en vista de la eliminación de puestos de trabajo debido a la automatización o al hacer necesarias aptitudes más avanzadas para conservar ciertos empleos. Otro factor es el menoscabo de ciertas instituciones del mercado laboral (como por ejemplo el menor poder de los sindicatos).
Estos factores fomentan el crecimiento y la productividad en términos generales, pero también tienden a incrementar la desigualdad, al menos si no se adoptan medidas compensatorias. Aunque en menor medida, la globalización también ha contribuido al aumento de la desigualdad.
Se observa que el aumento de la prima por aptitud —es decir, la diferencia salarial entre los trabajadores calificados y los no calificados— está vinculada a una disparidad cada vez mayor del ingreso en los países avanzados. La profundización financiera —o la expansión del crédito bancario y de los mercados financieros— está ligada a un aumento de la desigualdad en las economías de mercados emergentes y en desarrollo. Esto es especialmente cierto en las primeras etapas de la profundización financiera, ya que el segmento de la población con acceso a servicios financieros es reducido, si bien los beneficios se van ampliando a medida que las economías se desarrollan.
Políticas que ayuden a los pobres
Lamentablemente, no hay una poción mágica para hacer frente a la desigualdad; las políticas adecuadas dependen de la capacidad de cada país, de sus instituciones, y, desde luego, del nivel de desarrollo y de su compromiso político.
En los países emergentes y en desarrollo, los gobiernos tienen que prestar más atención a la inclusión financiera, o garantizar que todos los segmentos de la población dispongan de acceso al crédito, de manera que todos tengan oportunidad de convertirse en empresarios o de obtener una educación. Obviamente, se deberán adoptar salvaguardias adecuadas para la estabilidad financiera. Pero dado que menos de un tercio de los pobres a escala mundial tiene acceso a una cuenta bancaria, la ampliación de la inclusión financiera encierra un enorme potencial para impulsar la igualdad del ingreso.
También hay políticas que ayudan a incrementar la distribución del ingreso de los pobres y la clase media en todos los países; por ejemplo, medidas que fomentan la calidad de la educación y los servicios de salud de manera inclusiva y equitativa. Las políticas sociales bien focalizadas, respaldadas por sistemas tributarios eficientes, podrían ayudar a disminuir la desigualdad, así como también lo harían instituciones del mercado laboral que no penalicen demasiado a los pobres y que más bien promuevan el pleno empleo productivo y trabajos dignos para todos.
Si se implementan bien, estas medidas rinden fruto. Y de eso da fe la reducción de la desigualdad del ingreso registrada en América Latina a lo largo de la última década, debido en parte a la ejecución de un gasto más inteligente en educación. De forma similar, en ciertos países nórdicos algo que también ha ayudado ha sido la tributación progresiva.
La reducción de la desigualdad y la pobreza es sin duda una tarea complicada, pero puede realmente marcar una diferencia: el crecimiento inclusivo y la reducción de la pobreza implican un crecimiento más sólido y duradero.