(Versión en English)
La tensión social y política que vivieron en los últimos tiempos algunos países emergentes y en desarrollo puede tener características idiosincráticas. Pero también tiene un denominador común: un ansia de mayor igualdad del ingreso, autodeterminación económica y poder político. Este fenómeno ocurrido en economías emergentes que no parecen tener relación entre sí, ¿marca el comienzo de una tendencia?
La observación empírica simple —o, para algunos, simplista— lleva a pensar que efectivamente podría ser así: miremos la convergencia del PIB per cápita real de los mercados emergentes con el nivel alcanzado por Europa occidental y Estados Unidos a comienzos de la década de 1960 (véase el gráfico 1). Se podría conjeturar que, una vez que el ingreso per cápita llega a ese nivel, el surgimiento de la clase media lleva a reclamar más igualdad en la distribución del poder político y económico. Todos conocemos la década de 1960. Fue una época en que el surgimiento de la clase media desató una ola de tensión social y cambio que sacudió la economía y la sociedad, un cambio que poco a poco se extendió a lo largo y a lo ancho del mundo occidental (lo que hoy llamamos “economías avanzadas”) y reclamaba más justicia social, más democracia y una vida mejor para todos. Lo que le siguió fueron profundas transformaciones socioeconómicas.
Escalada del gasto
Un hecho quizá no tan conocido es que, en la mayoría de los países occidentales, ese llamamiento a favor de más justicia social e igualdad estuvo acompañado —y en parte fue atendido— por una escalada del gasto público. Empujada por el surgimiento del Estado de bienestar (en particular el aumento del gasto en concepto de pensiones y atención de la salud), la relación gasto público/PIB creció alrededor de 20 puntos porcentuales entre comienzos de la década de 1960 y comienzos de la década de 1980 (y básicamente se mantiene estable desde entonces, como lo muestra el gráfico 2).
Es importante preguntarse cómo se financió esta escalada del gasto. En un comienzo, los gobiernos pudieron apoyarse en la expansión de los ingresos fiscales porque el crecimiento seguía siendo fuerte. Esa situación perduró hasta comienzos de la década de 1970, cuando el financiamiento a través del déficit pasó a ser la modalidad predominante y se tradujo —en la medida en que no bastaron la impresión de dinero y la inflación— en una escalada de la relación deuda pública/PIB que duró hasta los primeros años de la década de 1990 (gráfico 3). El aumento de las tasas impositivas —que básicamente representa una mayor movilización de recursos internos— hizo que el déficit y la deuda terminaran subiendo. Pero el crecimiento tendencial de la deuda de las economías avanzadas fue uno de los factores que limitaron la posibilidad de apuntalar la actividad económica tras la crisis de 2008-09: dada la situación de las finanzas públicas, los gobiernos tuvieron que retirar pronto —para algunos observadores, prematuramente— las políticas fiscales de apoyo que inicialmente habían amortiguado el efecto de la crisis financiera en la economía.
¿Se repetirá la historia?
En principio, una escalada del gasto público y un Estado más grande no tienen nada de malo. En muchos sentidos, son un reflejo de las (cambiantes) preferencias sociales. Pero, como mínimo, los mercados emergentes tendrían que manejar esa escalada con cuidado. No será un proceso fácil porque —indudablemente— habrá fuertes presiones para financiar el aumento del gasto acumulando más deuda. Esto, a su vez, podría agudizar las vulnerabilidades frente a un aumento de las tasas de interés y reducir el espacio fiscal en caso de que las economías se vieran golpeadas por shocks imprevistos. Asimismo, existe el riesgo de que, alcanzado cierto nivel, los impuestos distorsionen los incentivos económicos y dañen el potencia de crecimiento subyacente. Tenemos que reconocer que no sabemos exactamente cuándo se llega a ese punto; probablemente sea diferente según el país debido a diversos factores económicos y culturales. Pero no cabe duda de que muchas economías avanzadas ahora sienten la necesidad de reducir el gasto público y la tributación por considerarlos una fuerte restricción para el crecimiento.
Hay muchas cosas que no sabemos y sobre las que solo podemos especular. Pero como mínimo existe una clara posibilidad de que la década de 2010 sea para las economías emergentes lo que la década de 1960 fue para las avanzadas: una década maravillosa, pero que también encerró grandes desafíos desde el punto de vista económico, social y (sin duda) fiscal.