La década de 2020: ¿Turbulenta, tibia o transformativa? Decisiones de política para una economía mundial débil
11 de abril de 2024
TEXTO PREPARADO PARA LA INTERVENCIÓN
Gracias, Fred, por tu amable presentación, y gracias a ti y al personal del Atlantic Council por organizar este encuentro. Al igual que el FMI, el Atlantic Council es una institución que cree que el diálogo y la cooperación pueden crear un mundo más próspero.
Además, hay algo en común en nuestro ADN. El Secretario Dean Acheson, cofundador del Atlantic Council, también estuvo presente en la conferencia de Bretton Woods celebrada en 1944 de la que nacieron el FMI y el Banco Mundial.
Más tarde, al reflexionar sobre sus años de servicio público, Acheson escribió lo siguiente: “La verdad es que la perseverancia en la adopción de buenas políticas es el único camino que conduce al éxito..."[1].
En un mundo de shocks más frecuentes y mayor incertidumbre, las buenas políticas son más necesarias que nunca. Elegir las políticas acertadas será lo que defina el futuro de la economía mundial.
Será lo que defina cómo será recordada esta década: ¿pasará a la historia como “los turbulentos años veinte”, una época de disrupciones y divergencias de los destinos económicos; o como “los tibios años veinte”, una época de crecimiento lento y descontento popular; o como “los transformativos años veinte”, es decir, años de rápidos avances tecnológicos para el bien de la humanidad?
Permítanme comenzar analizando la situación en la que nos encontramos hoy en día. En la nueva edición de Perspectivas de la economía mundial que presentaremos la próxima semana verán que el crecimiento mundial es marginalmente más fuerte gracias a la pujante actividad en Estados Unidos y muchas economías de mercados emergentes. La solidez del consumo de los hogares y la inversión empresarial y la disipación de los problemas en las cadenas de suministro han ayudado. Y la inflación está disminuyendo.
La resiliencia de la economía mundial, debida sobre todo a los sólidos fundamentos macroeconómicos sentados en los últimos años, está respaldada por mercados laborales vigorosos y por una fuerza de trabajo en expansión. La fortaleza de la oferta de mano de obra obedece en parte a la inmigración, que ayudó sobre todo a los países cuyas poblaciones están envejeciendo.
En general, los datos nos invitan a respirar con alivio. Hemos evitado una recesión mundial y un período de estanflación, que algunos habían presagiado.
Pero aún hay abundantes motivos de preocupación.
La coyuntura política mundial se ha tornado más complicada. Las tensiones geopolíticas incrementan los riesgos de fragmentación de la economía mundial. Y, como hemos visto en los últimos años, estamos viviendo en un mundo en el que se ha de esperar lo inesperado.
La cruda realidad es que, desde una perspectiva histórica, la actividad mundial es débil y las perspectivas para el crecimiento han venido desacelerándose desde la crisis financiera mundial. La inflación no ha sido doblegada por completo. Las reservas fiscales están agotadas. Y la deuda ha aumentado, creando un enorme problema para las finanzas públicas en muchos países.
Además, las secuelas de la pandemia aún están con nosotros. La pérdida del producto mundial desde 2020 ronda los USD 3,3 billones, y los costos recaen de forma desproporcionada sobre los países más vulnerables.
Y observamos una creciente divergencia dentro y entre los grupos de países.
Entre las economías avanzadas, Estados Unidos ha registrado el repunte más notable, gracias a un mayor crecimiento de la productividad. En cambio, la actividad en la zona del euro está recuperándose de forma más paulatina, debido a los efectos persistentes de la carestía de la energía y el menor crecimiento de la productividad.
Entre las economías de mercados emergentes, países como Indonesia e India están teniendo mejores desempeños.
No obstante, la divergencia más importante está en los países de ingreso bajo, en donde las secuelas han sido más graves. Entre estas naciones, las economías frágiles y afectadas por conflictos se están llevando la peor parte.
La causa principal del crecimiento más flojo es una desaceleración considerable y generalizada de la productividad, que según nuestro análisis representa más de la mitad de la desaceleración del crecimiento en las economías avanzadas y de mercados emergentes, y casi la totalidad de la observada en los países de ingreso bajo.
Como resultado, nuestras perspectivas a mediano plazo para el crecimiento permanecen por debajo de la media histórica, apenas por encima de 3%.
Si no se rectifica el rumbo, sin duda estaremos camino de unos “tibios años veinte”, una década mediocre y decepcionante.
En esta coyuntura, las autoridades se enfrentan a una decisión.
Pueden eludir las decisiones difíciles y seguir adelante con políticas que dejan mucho que desear.
O pueden tomar otra decisión: pueden seguir el consejo de Acheson y elegir buenas políticas; hacer frente con decisión a la inflación y la deuda, y promover una transformación económica para impulsar la productividad, y un crecimiento inclusivo y sostenible.
Lo que necesitamos son unos “años veinte transformativos”.
Pero primero lo primero: tenemos que recuperar la estabilidad de precios.
Esta es la tarea de los bancos centrales, muchos de los cuales están sopesando detenidamente esta importante decisión de política: cuándo y cuánto recortar las tasas de interés.
Hemos sido testigos de lo que una buena política puede lograr desde que la inflación tocó techo a mediados de 2022. En el último trimestre de 2023, el nivel general de inflación en las economías avanzadas descendió a 2,3%, desde el 9,5% registrado apenas 18 meses antes. En la mediana de las economías de mercados emergentes y en desarrollo, la inflación disminuyó a 4,1%.
Prevemos que esta tendencia continúe en 2024, sentando así las condiciones para que los bancos centrales de las principales economías avanzadas empiecen a recortar las tasas en el segundo semestre del año.
Pero el ritmo y el momento del giro de la política monetaria variarán. Algunos bancos centrales ya han iniciado la flexibilización, sobre todo en los mercados emergentes donde encararon la inflación desde temprano. Pero otros —sobre todo en las economías avanzadas— siguen estando en compás de espera por ahora. Tienen que calibrar con cautela las decisiones en función de los datos que reciban.
En este tramo final, es doblemente importante que los bancos centrales mantengan su independencia. Como sabemos, la credibilidad de las políticas sigue siendo vital en la lucha por recobrar la estabilidad de precios.
Cuando sea necesario, las autoridades tienen que resistir los pedidos anticipados de recortar las tasas de interés. Una flexibilización prematura podría dar lugar a nuevas sorpresas de inflación que incluso podrían requerir una nueva ronda de endurecimiento monetario. Por el otro lado, esperar demasiado podría enfriar la actividad económica.
En segundo lugar, ha llegado la hora de reponer las reservas fiscales.
En el último par de años, hemos abogado por la austeridad de la política fiscal para respaldar a los bancos centrales en su lucha contra la inflación. Ahora lo que se requiere sin duda es centrar la atención en la política fiscal. Las reservas fiscales están agotadas y los niveles de endeudamiento en la mayoría de los países son sencillamente demasiado altos.
La tendencia de aumento del endeudamiento empezó hace más de una década, durante un largo período de tasas de interés muy bajas. La pandemia exigió una respuesta fiscal sin precedentes para proteger vidas y medios de vida. La deuda aumentó incluso más.
Ahora estamos en una era de tasas de interés mucho más altas. Esto está elevando el costo del servicio de la deuda.
En las economías avanzadas, excluyendo Estados Unidos, los pagos de intereses de la deuda pública equivaldrán en promedio a 5% de los ingresos públicos este año.
Pero el costo del servicio de la deuda es más gravoso para los países de ingreso bajo. Sus pagos de intereses apuntan a situarse en un promedio de alrededor de 14% de los ingresos públicos, más o menos el doble del nivel de hace 15 años.
Para la mayoría de los países, las perspectivas de un aterrizaje suave y de mercados laborales dinámicos apuntan a que es el momento justo de actuar, para lograr niveles de deuda que sean sostenibles y acumular reservas más sólidas para hacer frente a shocks futuros.
Para algunos países, postergar las medidas sencillamente no es una opción: la consolidación tiene que empezar ya para evitar entrar en situaciones de sobreendeudamiento.
Y para un puñado de países que ya están en esa situación, quizá sea necesaria una reestructuración. El Marco Común del G20 puede ayudar. Zambia concluyó recientemente su acuerdo con tenedores de bonos, complementando así la reestructuración con los acreedores bilaterales oficiales. ¡Bravo!
Tenemos que asimilar las enseñanzas para mejorar los procesos de reestructuración de la deuda. Durante las Reuniones de Primavera volveremos a convenir nuestra Mesa Redonda Mundial sobre la Deuda Soberana. Nuestro objetivo es definir con más claridad la “comparabilidad del tratamiento” entre los diferentes grupos de acreedores y establecer cronogramas claros y predecibles para la reestructuración de la deuda.
La prudencia fiscal es algo difícil para todos los países, tanto ricos como pobres. Esto es especialmente cierto en un año con un inusitado número de elecciones y en un momento de suma ansiedad debido a la extraordinaria incertidumbre y a los shocks de los últimos años.
De hecho, nuestros pronósticos indican que los déficits seguirán siendo demasiado altos para estabilizar la deuda en más de un tercio de las economías avanzadas y de mercados emergentes, y en más de un cuarto de los países de ingreso bajo.
De ahí que recomendemos adoptar marcos creíbles a mediano plazo como una decisión de “buena política” por excelencia en los países.
Recomendamos asimismo dedicar más atención a cerrar lagunas tributarias, a reforzar la recaudación y a mejorar la calidad del gasto público. La solidez fiscal permite a los países apoyar a los segmentos más vulnerables de la sociedad e invertir en un futuro mejor.
Esto me lleva a una tercera prioridad. Políticas para reactivar el crecimiento.
Elevar las perspectivas de crecimiento es esencial para mejorar los niveles de vida y reforzar la resiliencia económica. Esto implica eliminar restricciones a la actividad económica y crear oportunidades para estimular el crecimiento de la productividad.
Todas las reformas fundamentales —fortalecer la gobernanza, reducir la burocracia, incrementar la participación de la mujer en el mercado laboral, mejorar el acceso al capital— tienen un propósito. En los países de mercados emergentes y en desarrollo, un programa de reformas con una secuencia adecuada podría elevar el producto un 8% en cuatro años.
Y es aún más lo que se puede lograr con políticas que incentiven la transformación económica, para acelerar la transición verde y digital. La forma en que las gestionemos definirá el legado de esta década.
Esto es particularmente importante en el caso de la transición verde. El ritmo al que avancemos será absolutamente decisivo para lograr controlar los riesgos climáticos. Pero la transición hacia una economía benigna para el clima va más allá de la gestión de los riesgos. Ofrece enormes oportunidades para la inversión, el empleo y el crecimiento.
Ya estamos constatando los beneficios económicos, ambientales y para la salud que generan estas inversiones transformativas, sobre todo en energía renovable, movilidad eléctrica y restauración de ecosistemas. Por cada USD 1 que se gasta en combustibles fósiles, hoy en día se gasta USD 1,7 en energía limpia. En cinco años la relación será de 1:1. Pero se necesitan políticas e instituciones sólidas para crear un entorno estable y favorable para la inversión y para abordar diversas fallas del mercado.
Los avances tecnológicos inciden en muchos sectores de la economía, desde la manufactura hasta los servicios sanitarios y financieros. Hemos estado avanzando hacia una nueva economía digital, y ahora es probable que la inteligencia artificial acelere drásticamente la cuarta Revolución Industrial.
Esto entraña posibles y enormes beneficios, pero también riesgos. Según un estudio reciente del FMI, la inteligencia artificial podría afectar hasta 40% de los empleos a escala mundial y 60% en las economías avanzadas. Podría potenciar la productividad de los trabajadores, pero también amenazar algunos empleos. La inversión en infraestructura y aptitudes digitales, así como en redes sólidas de protección social, determinará el ritmo de adopción de la inteligencia artificial y su impacto en la productividad.
Tanto el clima como la transformación digital exigen esfuerzos mundiales coordinados para gestionar los riesgos y aprovechar las ventajas generadas.
Esto me conduce a una última reflexión: cooperar en torno a políticas que revisten importancia para el mundo.
La pandemia, las guerras y las tensiones geopolíticas han alterado las reglas de juego de las relaciones económicas mundiales. Las autoridades están buscando un punto de equilibrio entre la eficiencia y la seguridad, entre las consideraciones de costos y la resiliencia en las cadenas de suministro. Ya se vislumbran señales de un replanteamiento de las relaciones comerciales.
Desde que Rusia invadiera Ucrania, el crecimiento del comercio entre economías en bloques distanciados políticamente se ha desacelerado 2,4 puntos porcentuales más que el comercio entre los bloques más afines.
Al circular los flujos comerciales por nuevos rumbos, los países “conectores” pueden beneficiarse. Pero las cadenas de suministro se están alargando, con posibles costos en cada eslabón.
Además, las políticas industriales han vuelto a la palestra, y un nuevo análisis muestra que el año pasado se registraron más de 2.500 intervenciones con políticas en todo el mundo. China, Estados Unidos y la Unión Europea representan casi la mitad del total.
¿Cuál debería ser nuestra postura ante estas medidas?
En pocas palabras, si existe una falla en el mercado que está siendo corregida —como acelerar la innovación para hacer frente a la amenaza existencial del cambio climático— cabe justificar la intervención del gobierno, incluso mediante una política industrial.
Si no existe una falla en el mercado, la cautela no es necesaria. El argumento a favor de la intervención del gobierno pierde mucha fuerza. Algunas de las medidas anunciadas o aplicadas el año pasado no siempre estaban claramente relacionadas con fallas del mercado.
El personal del FMI ha redoblado su labor en este sentido ya que se necesitan más datos, análisis y diálogo para evitar errores costosos.
En términos más generales, estamos a favor de que aumenten los flujos de comercio e inversión transfronteriza para incrementar la productividad y abordar retos mundiales. Y también recomendamos prestar más atención a cómo las ventajas del comercio y la inversión se distribuyen en la sociedad. Tenemos que evitar los errores cometidos en el pasado, cuando se desestimó el impacto negativo de la globalización en algunas comunidades y eso suscitó una reacción contra la economía mundial integrada.
A lo largo de nuestra historia, el FMI ha sido y sigue siendo una línea de transmisión de buenas políticas y un foro para la cooperación económica.
En un mundo dinámico y cada vez más turbulento, resulta más importante que nunca unir a los países para afrontar desafíos y aprovechar oportunidades.
Cuando el mundo se vio golpeado por la pandemia y la crisis del costo de vida, el FMI actuó con decisión para proporcionar a los países miembros apoyo financiero y en materia de políticas.
También hemos redoblado nuestros esfuerzos para ayudar a los países a encarar retos que entrañan transformaciones, como el cambio climático y la transición digital, recurriendo para ello a nuevos análisis, nuevas alianzas y nuevos instrumentos. Por ejemplo, ahora son 18 los países que usan nuestro Fondo Fiduciario para la Resiliencia y la Sostenibilidad.
Y así como los países tienen que desarrollar resiliencia para hacer frente a futuros shocks, el FMI ha de hacer lo propio.
Ya hemos puesto manos a la obra.
Nuestros países miembros han respaldado un aumento de cincuenta por ciento de nuestros recursos permanentes de préstamo. Y también una mayor capacidad para proporcionar apoyo financiero a los países miembros más pobres.
Acabamos de alcanzar la meta para la acumulación de nuestras propias reservas financieras, de modo que podamos ser un ancla firme para los países que atraviesen shocks de balanza de pagos. Ahora estamos enfocando nuestra atención en cómo emplear mejor nuestro balance para cerciorarnos de que seremos capaces de ayudar a los países miembros en las crisis del futuro.
Esta es una reflexión adecuada para concluir mi intervención. Así como nuestro balance representa la solidez financiera colectiva de nuestros miembros, nuestras Reuniones de Primavera la próxima semana representan nuestro compromiso colectivo de cooperación y diálogo internacional.
Entonces, reunidos aquí en Washington, estamos ante lo que Acheson describió como una decisión fundamental: “…entre abordar los problemas a los que se enfrentará el mundo… empleando métodos de cooperación internacional… o dejando que cada nación emplee sus propios recursos y su propia fuerza y deambule aislada por el mundo”[2].
Trabajar juntos es la decisión a favor de las buenas políticas.
Es la decisión que generará el crecimiento, el empleo y la prosperidad a los que todo el mundo aspira.
Gracias.
[1] Secretario Acheson, Present at the Creation: My Years in the State Department (1969).
[2] The Place of Bretton Woods in Economic Collective Security, discurso pronunciado por el Secretario Adjunto Acheson en el Commonwealth Club of California, San Francisco, 23 de marzo de 1945.
Departamento de Comunicaciones del FMI
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